EL DESFILE


Irma Barquet

En mi tierra adoptiva, hay un día festivo en el que teóricamente, solo en la capital del estado, es feriado, no se asiste a trabajar ni a la escuela, ni los negocios hacen su labor comercial, pues se conmemora el natalicio de uno de los héroes nos dio patria: José María Morelos y Pavón.  De este prócer la ciudad tomó su nombre desde hace 480 años, cumplidos en este pandémico 2020. La fecha es el 30 de septiembre, que, además de ser inhábil, se prepara con anticipación y se lleva a cabo el mero día, un desfile en el corazón de la ciudad.

El desfile es un evento muy importante para toda la ciudadanía moreliana. Participan grupos de estudiantes de casi todas las instituciones educativas de todos los niveles, jinetes, deportistas…

¡Recuerdo “mi primera vez"! Era un mes antes, aproximadamente, cuando comenzaban los preparativos en la institución educativa de la que formaba parte y en la que tenía la responsabilidad de una escuela que constaba de dos licenciaturas, además, me estaba "estrenando como directora", lo que implicaba estar involucrada.

La orden de rectoría era: “Elijan un contingente de cada carrera". Para acatar la orden, era menester pasar salón por salón para preguntar a los grupos de estudiantes quién buenamente, aceptaba participar en el desfile. Obviamente se trataba de una labor titánica de convencimiento o manipulación o chantaje o trueque para llegar a sus corazones y a sus mentes y cumplir con el máximo acto cívico de la ciudad.

Una vez lograda la respectiva “sensibilización de los grupos de estudiantes”, se tenían que ajustar los tiempos de ensayo para evitar, lo más posible, interferir con sus actividades formativas, aunque también este evento contribuye notablemente en su formación ciudadana.

“¡Paso redoblado… Ya!” Se escuchaba el grito del maestro de educación física, quien tenía a su cargo que los grupos de estudiantes dominaran el ejercicio de marchar en perfecta sincronía. Se seleccionaba de cada grupo, aquella persona que se hiciera cargo de dar las órdenes militares, en el momento de la verdad, es decir, en la parada formal y en ausencia del docente, que terminaba su misión 5 minutos antes y para asegurarse que cada participante tomara su lugar.

En la organización, además de quien daría las indicaciones al contingente para marchar al mismo tiempo, se comisionaba a alguien que portara el banderín que distinguía tanto a la institución como a quienes representaban la carrera que cursaban. Se determinaba una vestimenta igual, con ropas cuyos colores coincidían con los distintivos de la Universidad.

En lo que a mí respecta, creo que mis arduas ocupaciones me permitieron asistir a un solo ensayo, porque era mi obligación formar parte de la comitiva.

La cita era esa fecha, a las 8:00 horas, en Acueducto, cerca de la fuente de las Tarascas, con el uniforme, el banderín, las órdenes militares y la marcha con dominio a la perfección. Imposible llevar algo en las manos como bolsa, botellas de agua y demás etcéteras.

Llegó el gran día. Increíble la puntualidad de nuestro arribo al lugar de reunión. ¡Era como un milagro! Ver a los grupos de estudiantes ataviados cuidadosamente con sus uniformes, impecables. La algarabía de la juventud, en pleno. Se escuchaban comentarios jocosos, de la odisea que les significó llegar, pues en un montón de calles se prohíbe la circulación de los automóviles, lo que les tomó mucho tiempo por el rodeo que se vieron obligados a hacer. También platicaban de sus familiares que ocupaban lugares privilegiados para disfrutar del acto cívico, en primera fila.

Las horas seguían su curso y con ellas, se apareció un sol otoñal que picaba al tiempo que provocaba la transpiración en la comunidad estudiantil, además, la espera se empezó a prolongar, pues teóricamente el desfile iniciaría a las 11:00. A lo largo de esta dilación, los temas de plática se agotaban y los rostros manifestaban más fastidio que gusto por la conmemoración.

Sin importar la portación de tan elegante uniforme, seleccionaron algunas banquetas para sentarse y descansar las piernas. El glamour marcial decaía más y más, cada vez. Las personas, de repente se disgregaron, para buscar el lugar donde les permitieran hacer pipí, pues con ese calor, había que refrescarse e hidratarse. El banderín a veces era profanado en su uso como sombrilla o como asiento, lo que correspondiera.

En cada momento se escuchaba el rumor “ya va a empezar el desfile", lo que hacía que el mundo de gente conglomerada en el punto de partida cambiara a cierto estado de alerta. Seguían siendo falsas alarmas y como dice la canción: “son rumores… son rumores".

Al poco rato, llegaron los jinetes, montados en preciosos ejemplares equinos. Ellos, gallardos y con demostraciones del dominio de las artes ecuestres. Entonces, un poco antes de alistarse para emprender la marcha hacia Palacio de Gobierno, tan hermosos cuadrúpedos tuvieron a bien evacuar los intestinos, como si se hubieran puesto de acuerdo para depositar las heces fecales que, además de darle ese toque tan natural al paisaje urbano colonial de ese punto de la ciudad, le dieron un buqué especialísimo al ambiente.

Ya nos urgía que empezara nuestro turno en el desfile, pues la inútil llegada tan temprano, el sol que estaba perpendicular a nuestra ubicación, el adorno y el aroma del regalo equino tan sutil y delicado, el fastidio y ánimo que se generó, eran motivos más que suficientes para tirar la toalla, sin embargo, nos mantuvimos firmes, con todo el estoicismo necesario

¡Por fin! Nos comunican que es nuestro turno para marchar desde la fuente de las Tarascas hasta después de Catedral, aproximadamente 4 cuadras más hacia el poniente de la ciudad, sobre la avenida Madero.

Mis grupos de estudiantes tomaron sus lugares y yo perfectamente alineada con éstos, a la escucha y atención a las órdenes de quien llevaba esta consigna, marché al parejo.

De pronto, en el trayecto solemne hacia Palacio de Gobierno, tuvimos la intervención de finísimas personas quienes dirigían mensajes de halago, también muy finos, a las alumnas: “¡sabrosa!”… “¡vente conmigo!”… “¡así, con paso redoblado!”… en fin… Lo que me tenía muy molesta.

Seguimos avanzando en la marcha y súbitamente, empecé a sentir cansancio y dolor en los pies, lo que me provocó perder el ritmo y el paso de mi grupo de estudiantes. Sin querer, me atrasé. Las otras escuelas me daban alcance y yo marchaba con ésas. Mi grupo iba dos, tres, cuatro escuelas adelante de mí… Parecía que yo iba en reversa... ¡Extremadamente cómico!

Milagrosamente, pasé por Palacio de Gobierno, lugar en el que teníamos que voltear a la derecha, para ver al gobernador del estado asomado cómodamente en el balcón, mientras las personas que desfilábamos dejábamos la zalea en la Madero… Pero eso sí, salimos en TV.

Ya sólo me faltaban 4 cuadras. ¡Ya no podía más! “¡Por favor, ven por mí!” suplicaba por teléfono celular a mi salvador. En un momento llegó por mí y lo que no recuerdo es cómo abordé su camioneta. Me llevó a casa y casi me tuvo que llevar en brazos pues me era imposible dar pasos. Me sometí a los remedios caseros para buscar el alivio… ¡Sendas ampollas en las plantas de los pies!

Al día siguiente, me reporté incapacitada para asistir al trabajo.

Haber participado en el acto cívico más importante de la ciudad es un gran privilegio, lo mismo hacer el acompañamiento a mi grupo de estudiantes.

Moraleja: ¡Ni loca lo vuelvo a hacer!

 

 




 

 

 

Comentarios

  1. ¡Qué tiempos los de los desfiles, Irmita!
    Siempre requiere mucha preparación, sobre todo el de noviembre con las tablas gimnásticas que se preparan (o preparaban).
    Escelente artículo

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