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LE DEDICO MI SILENCIO

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Irma Barquet   Bastó con leer el título: Le dedico mi silencio y ver en la portada Los músicos, de Fernando Botero, para que mi atención se posara en este maravilloso libro de Mario Vargas Llosa, quien se ha convertido en mi autor favorito desde hace algunos años. Su reciente novela, editada por Alfaguara, encierra una magnífica historia en un poco más de 300 páginas. La lectura de este libro me arrobó de tal manera que era casi imposible interrumpirla por otras actividades que verdaderamente pude posponer, ya que los días de asueto y de reflexión se atravesaron la semana pasada, leer a Vargas Llosa me pareció la mejor forma de invertir este tiempo. Me aficioné a este gran autor gracias a las recomendaciones y guía de mi tío Jorge Pueblita, que, siendo un lector voraz y conocedor de su obra, me llevó “de la mano”, dosificada en la justa medida, para conocer sus diferentes novelas y ensayos. El libro al que hago alusión en estas líneas vale mucho la pena. Parece que su autor ha

11-66-11

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  Irma Barquet   “El fin de semana, nos vamos a Aguascalientes”, dijo mi padre, a quien le gustaba visitar esa ciudad, por lo menos dos veces: una en Semana Santa y otra en el último trimestre del año. Allá vivía un amigo suyo muy querido con su familia. Tan apreciado, que mis padres llevaron a su hijo menor a la pila bautismal. El viaje lo emprendíamos por carretera. La familia entera a bordo del flamantísimo Valiant, de algún año de la década de los 60 del siglo pasado. Vehículo de cuatro puertas con asientos de banca, en el delantero tenía un descansabrazo abatible, era mi privilegiado lugar de viaje. Era estándar, con la palanca en la columna de la dirección, a tres velocidades más la reversa. El mango de la palanca de velocidades, los botones para encender los faros y activar los limpiadores del parabrisas y las perillas de las manijas de los elevadores de cristales eran de pasta, del mismo tipo. En el tablero tenía el velocímetro junto con el odómetro, la radio de amplitud

EL CUENTO

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  Irma Barquet   Estaba en su guarida, el lugar más apartado de su casa, donde solamente podía estar consigo misma, concentrada en su actividad creativa. Se sentía orgullosa de su logro, de su primera creación. Tenía la inquietud de darla a conocer a un público que rebasara los límites familiares, a esas personas que pudieran estar interesadas en conocerla, en dar su punto de vista y en apoyarla, aunque en el fondo también la sensación de lo que significaba quedar expuesta ante opiniones de desaprobación. Se armó de valor y tomó la decisión de dar el paso que tanto trabajo le había costado hasta ese momento, entonces, a hurtadillas, con su obra bajo el brazo, salió de su hogar y se dirigió a la avenida para abordar el transporte que la llevaría al lugar donde, por primera vez, presentaría el fruto de su inspiración para someterlo a la consideración de un especialista, con la expectativa de obtener la oportunidad de revelarla por el medio más idóneo posible. En el camino, absort

EL IRREMEDIABLE ADIÓS

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Irma Barquet Nos conocimos cuando éramos muy jóvenes, coincidimos en la Universidad Salesiana (antes IUCE), en el mismo grupo. Recuerdo cuando hicimos las presentaciones personales ante todos: las razones por las que elegimos esa carrera, esa escuela, algunos comentarios acerca de nosotras mismas. En ese momento hubo un clic importante que se convirtió en una hermosa amistad que trascendió los muros universitarios y los del tiempo. Junto con otras compañeras, con quienes nos hicimos entrañables amigas, trabajamos en las cuestiones académicas, lo que nos dio la oportunidad de convivencias inolvidables, divertidas y de mucho aprendizaje, sin olvidar ese punto, pues era entonces, el principal. Muchas ocasiones nos recibiste en tu hogar, para realizar los trabajos escolares y como tal, fuiste magnífica anfitriona. No solo abriste las puertas de tu casa para nosotras, también las de tu familia, con quien hubo grandes lazos afectivos. Tu expresión siempre sonriente, con tus ojos nos

PARA MI MAESTRO

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  Irma Barquet   De una brillante inteligencia, siempre con la sabia palabra, me daba consejos, me guiaba. Su mirada profunda, era suficiente para la comunicación necesaria, como un código establecido, entendible. Sabía todo o, por lo menos, así me parecía. Su gesto adusto podía suavizarse con una sonrisa o con una franca carcajada. Su sola presencia imponía, era congruente con su nivel de exigencia. Su integridad iba acompañada de muchos valores más, los evidenciaba. Una de sus enseñanzas fue esa: predicar con el ejemplo. Las pláticas que sostuvimos tenían una gran dosis de sabiduría, de generosidad y de empatía, también sabía escuchar y podían parecerle divertidas algunas cosas, su expresión se tornaba amable, apacible. A la seriedad, una de sus características, le añadía aplomo. A sus conversaciones solía imprimirles un sello único en función de la riqueza de su vocabulario, sin embargo, su versatilidad le permitía intercalar algunas palabrotas, de esas que se encuentran en el l