¿POR QUÉ?
Irma Barquet
Adriana Anaya
Las imágenes captadas por esas
hermosas ventanas del alma, pletóricas de colores, de formas, de resplandores,
acompañadas por los aromas característicos de aquellos lares, que exacerban el
entorno y que hacen más placentera su aprehensión. Las sensaciones percibidas
por su calor, a veces por su tibieza, las diferentes texturas que promueven la
naturaleza, tocada por Dios y por los hombres; las sintonías escuchadas que aparecen
en su cotidianidad, melodiosas, aceleran el pulso y dejan una huella imborrable
que acercan cada vez más fielmente a su evocación. La estimulación producida
por deliciosos sabores en diferentes formas, que involucran la sustancia de sus
componentes en combinaciones perfectas.
La sensibilidad a flor de piel,
hace de esta descripción una experiencia intensa.
Con el título ¿Por qué? nos
adentramos en la aventura sensorial que comparte mi invitada especial: Adriana Anaya:
¿Por qué todos me buscan?
Es una duda que me ha acompañado
durante siglos. Desde mis primeros pasos en la historia hasta esta misma noche,
he visto pasar multitudes que me nombran, me recorren, me recuerdan. Y aunque
me miro a mí misma, sigo sin comprender ¿qué tengo yo que otros no? Soy solo
calles, piedras, un río que se desliza, un cielo que cambia. Y, sin embargo,
todos quieren conocerme.
He visto más amores de los que
cualquiera podría soñar. Algunos muy famosos.
Aquí se han dado los besos que
cambiaron destinos, los abrazos que parecieron eternos. He sentido las manos
entrelazadas de quienes creían que mi aire los hacía invencibles. Mis cafés han
escuchado promesas, mis puentes han sostenido declaraciones, mis plazas han
visto anillos deslizarse en dedos temblorosos.
Pero también he sido testigo de las
rupturas.
De miradas que antes ardían y que
luego se volvieron frías como piedra. He visto amantes transformarse en
enemigos, jurar destruirse con la misma pasión con la que antes juraron
cuidarse. Nunca he entendido del todo ese juego humano: crear con fervor lo que
después se aniquila con rabia. Por mí, se han destruido ciudades, países
completos.
En mí han crecido imperios,
también han caído.
He sido herida.
Las bombas me desgarraron, el
fuego me devoró, mis calles se llenaron de miedo. Creyeron que no sobreviviría.
Vi caer muros, vi a mi gente llorar, vi soldados marchar con botas que intentaban aplastarlo todo. Y, sin
embargo, sobreviví.
Renací de las cenizas, más
fuerte, más deseada. Mis cicatrices siguen aquí, escondidas en rincones donde
solo los atentos las encuentran. Y tal vez es eso lo que atrae: la certeza de
que incluso en la destrucción, sigo viva.
Filósofos, poetas, pintores,
escultores, músicos, escritores… todos me han buscado.
Me han descrito en versos que
hablan de amor y de guerra, me han pintado en lienzos que intentan retener mis
luces, me han compuesto en melodías que suenan como susurros de mi viento. He
sido musa y escenario. He inspirado obras inmortales y he recibido a artistas
que creyeron que, al estar conmigo, el mundo los escucharía mejor.
Yo los dejo.
Ninguno logra capturarme del
todo, porque siempre soy más de lo que se puede escribir, pintar o cantar.
Los grandes diseñadores desfilan
en mis calles, convencidos de que conmigo sus telas brillan más. Los actores me
usan como telón de fondo, los políticos como escenario, los poderosos como
trofeo. Creen que al retratarse conmigo se vuelven eternos, y quizás tengan
razón. Pero yo no necesito de ellos. Ellos son los que me necesitan a mí.
He vibrado con millones de voces
a la vez.
Mundiales, desfiles, olimpiadas,
he visto miles de veces a todos los papas que este mundo ha tenido… Mis plazas
y avenidas han sentido el rugido de la multitud como un latido gigante. Pero
también he sido refugio de solitarios que caminan de noche, de viajeros que
buscan en silencio un rincón donde descansar su nostalgia. Para unos soy
espectáculo, para otros, consuelo. Todos han comido conmigo, mi sabor lo llevan
clavado en la boca y en el alma, la dulzura de mis postres ha recorrido el
mundo entero haciéndome más deseable, pues todos quieren probarlos, con un poco
de mis confituras han de llevarse mi gusto, mis especias, un poco de mí.
La noche es mi secreto.
Cuando las luces se encienden, mi
piel cambia. Soy susurro, misterio, música que escapa de ventanas
entreabiertas. Soy el reflejo en el agua, la promesa en un farol, la confesión
que nunca se haría de día. Mi noche es la que convence a tantos de amarme para
siempre. Y, sin embargo, solo yo sé que ese amor es pasajero.
He sido muchas veces declarada
eterna.
Eterna en los cuadros, eterna en
las novelas, eterna en la memoria de quienes me visitan. Pero yo sé que nada lo
es. Yo misma he caído y he renacido. Lo único que permanece es la huella que
dejo en cada uno, esa necesidad de decir: “Yo estuve allí, yo la caminé, yo la
viví”.
Sigo preguntándome ¿por qué?.
¿Por qué todos me sueñan, me
desean, me recuerdan?
Quizás nunca encuentre la
respuesta. Quizás ni deba hacerlo.
Yo no soy mejor ni peor que nadie. Soy solo lo que soy: piedra y agua, historia y cicatriz, memoria y deseo.
Soy una ciudad.
Me llamo Roma.
Imagen: fotografía del álbum personal
de Adriana Anaya, tomada por ella misma.
Gracias me gustó mucho
ResponderBorrarMuchas gracias
BorrarIrmita , muy bonita narración
ResponderBorrarMuy bonita descripción
ResponderBorrar