MI MÉXICO Y EL DE MI NIETA

 

Irma Barquet

Adriana Anaya

 

Los nostálgicos recuerdos de la infancia, de la juventud, que le han dado significado al trayecto de una vida compartida con familia y amistades, en una ciudad, en una nación cuyas condiciones se consideran mejores que las actuales, que envolvieron los periplos inolvidables, gozosos, felices y llenos de libertad, provocan la reflexión de una mujer que desea una vida satisfactoria, segura y positiva a su nieta y, también, a las nuevas generaciones.

La percepción de México que ha proporcionado muchas oportunidades, en más de un sentido, a sus niños, a sus jóvenes y el deseo ferviente de mejorar la situación existente, mi invitada especial, Adriana Anaya, manifiesta su preocupación por Lucía, su nieta, y pone a disposición las siguientes líneas:

 

 

Yo crecí en un México muy distinto al de ahora. Era un país limpio, seguro, amable.

En mi niñez, cuando salíamos de vacaciones, el día y la calle eran nuestros. Terminábamos de desayunar y nos lanzábamos a jugar con los amigos del barrio: escondidas, partidos de fútbol contra los niños de otras calles, el juego del “Stop”, las coleadas, la cuerda, el resorte.

En enero llegaba la temporada de patines: salíamos con la llave colgada al cuello como si fuera un trofeo, para ajustarlos más grandes o más pequeños. Nada que ver con los de ahora, que ya tienen la bota integrada. Nuestra única protección era el pantalón —con un parche por alguna caída previa—; no conocíamos las coderas, rodilleras o cascos.

La hora de alimentarse no requería avisos: si estábamos en casa de un amigo, ahí comíamos, y viceversa. Por la noche, bastaba escuchar el grito de una mamá: “¡Todos a la casa!”, y convirtiéndonos en soldados, dejábamos el juego y volvíamos al hogar a cenar y esperar el siguiente día.

En cambio, mi nieta no puede salir sola a la calle: no es seguro. Si va en patines, debe ir protegida “hasta los dientes”, como si fuera a la guerra. Comer en casa de alguien es casi un evento con cita previa, pues las mamás trabajan, investigan a dónde van sus hijos y qué costumbres tienen esas familias. Antes, si no nos gustaban los guisos, nos íbamos a nuestro cuarto; el mismo plato esperaba frío en la cena, y si no, en el desayuno. No existía el horno de microondas —solo lo veíamos en Los Supersónicos. Y si de plano tomábamos a nuestra madre en un mal momento, nos daba una tabla para picar, un cuchillo, una cebolla y un jitomate: “¿No te gusta? Pues hazte de comer tú sola”.

Hoy, las mamás terminan preparando el almuerzo “a la carta” porque cada quien quiere algo diferente. Si el niño no quiere, la que casi llora es la madre, que incluso acaba llevándolo al McDonald’s con tal de que coma algo.

En mi México, los secuestros eran rarísimos. Solo tengo memoria de uno: el de Ramoncito Palafox Bonifaz. Los asesinatos casi no existían en nuestro mundo infantil; el único que recuerdo de las noticias fue el del presidente Kennedy. Hoy, las portadas de los periódicos están llenas noticias de secuestros y homicidios, tantos que ya no sorprenden.

En la adolescencia, podíamos ir a fiestas caminando por la noche, sin invitación, con solo ganas de bailar. Los papás del anfitrión servían aguas frescas y botanas. Yo tenía permiso de llegar a las 11:30 pm, y Marco, mi mejor amigo —hoy mi esposo—, a las 12:00. Muchas veces corríamos de una fiesta para dejarme en casa y luego él, a toda prisa, se iba para llegar a la suya antes de que le cerraran la puerta. Si no estaba a tiempo, tenía que dormir en el coche de alguno de sus padres, a menos que un hermano lograra robarles las llaves, para abrirle.

Ahora, las fiestas caseras casi no existen; los jóvenes prefieren antros. Antes había “tardeadas” que terminaban a las 11:00 pm. Hoy hacen “precopeo” en casa de un amigo, y al lugar para bailar entran a la 1:00 o 2:00 de la madrugada, regresando, con suerte, a las 5:00 o 6:00 am. Los padres no duermen: temen que les pongan droga en la bebida, que los asalten o que los golpeen por simple resentimiento social.

Cuando yo era niña, los lotes baldíos estaban ocupados por girasoles, nísperos, flores, mariposas, azotadores, grillos, escarabajos, orugas de colores increíbles. Tras la lluvia, en los charcos podíamos encontrar un sinnúmero de ranas. Todo eso lo ha cubierto el asfalto, que ahora está lleno de baches y de desechos. Los árboles eran verdes, maravillosos, hoy son árboles grises, con basura como tierra, colmados de plaga que los está matando.

Mi México era hermoso: olía a naturaleza, la gente era amable y cualquier persona ofrecía ayuda sin malicia. Claro, había zonas peligrosas, pero las evitábamos siguiendo los consejos de nuestros padres. Esa cautela nos hizo responsables. Hoy, si acaso los padres preguntan a dónde van sus hijos, lo toman como una ofensa; ni pensar en pedir que avisen al salir o al llegar.

El México de hoy está destrozado: huele a basura, con edificios abandonados y tapizados de grafitis, calles rotas, sin agua o sin luz. Cuando llueve, solamente cae tierra. Ya no se ven las estrellas ni los volcanes, por la contaminación.

Qué triste país le ha tocado a mi nieta: no conoció su esplendor ni su libertad. No sabe del México de los abuelos, aquel del que nos hablaban y que apenas creíamos. Hoy es un país inhumano, lleno de gente ocupada en lo suyo, con menos niños y más perros tratados como bebés; una región que, teniendo tanta riqueza, han destruido por la ambición de unos cuantos que se dicen redentores y no son más que ladrones, eso sí, en nombre del “bienestar social”.

Es una pena y una vergüenza.

En mi México había valores. Los mayores eran leyendas vivientes y las ideologías políticas se debatían con respeto. La ignorancia era un enemigo a erradicar, y el gobierno buscaba hacer escuelas en todos los poblados, con maestros que tenían vocación. Ahora, a los mayores se les ve como viejos inútiles, las ideologías se venden al mejor postor, y los símbolos patrios son objeto de burla. El gobierno, en lugar de fomentar el progreso, pretende que la gente sea analfabeta, tonta y dependiente de una "pensión" que les compra la dignidad y el voto.

Las cámaras de televisión se han vuelto un escenario de insultos. Las escuelas y los hospitales se caen a pedazos, no hay medicinas, y no hay plazas de trabajo. Mi México, teniéndolo todo, ya solo tiene carencias: ni aspiraciones, ni convicción, ni compromiso, ni orgullo. De mi país no queda nada, se lo robaron.

Me da una tristeza enorme ver en lo que se ha convertido el lugar en el que crecí.

¿Cómo puedo hablarle a mi nieta de lo que viví si ella ve todo lo opuesto? Ya no hay amor por la Patria, ya no existe ese México que se respetaba. Simplemente se esfumó en campañas que prometieron integridad y se lo llevaron todo.

Por eso te pido, mi niña, que nunca dejes de luchar por algo mejor… Pugna por recuperar nuestra Patria, con tus palabras y con tus manos, esa que fue alegre, fuerte y generosa y que nos pertenece en alma y corazón.

Levanta la voz ante las injusticias, no permitas que te humillen, pero recuerda: la dignidad no se gana pisando a los demás. Jamás uses tu fuerza para denigrar a otros.

Porque fue el silencio de muchos lo que nos trajo hasta aquí, con sus cabezas bajas y su indiferencia.

Quizá cuando entiendas y cumplas esta petición yo ya no esté para abrazarte, pero quiero que sepas que cada letra lleva el pulso de mi amor y mi esperanza.

Estudia, prepárate… no solo por ti, sino para transformar este país en un hogar más digno del que tu abuelo y yo pudimos darte.

Planta árboles, cuida la tierra y enseña a tus amigos a amarla también.

Defiende lo que amas.

Sé buena, y ayuda siempre que puedas, sin esperar recompensa alguna.

Confía, pero con los ojos abiertos, porque hay quienes solo desean hacer daño.

No creas todo lo que escuches; investiga, reflexiona… y aun después de hacerlo, piensa una vez más antes de actuar.

Hazme un favor, hija mía: dame tu palabra de que harás cuanto esté en tus manos para que tus hijos, y tus nietos, conozcan mi México: el amable, el de colores, el que reía sin miedo, el que vivía con el corazón abierto.

Si cumples con esto, entonces yo, donde esté, sabré que he cumplido también con mi nación… a través de ti.

Con todo mi amor

Tu abuela Mona


Imagen creada con inteligencia artificial. OpenAI. (2025). ChatGPT (versión del 12 de agosto) [Dos niñas, una, alegre, en un México lleno de árboles, mariposas y flores y otra, triste, jugando en su celular en un lugar gris]. https://chatgpt.com



Comentarios

  1. DEFINITIVAMENTE VIVIMOS EN UN MÉXICO COMPLETAMENTE DISTINTO AL DE NUESTRA INFANCIA, UN MÉXICO EMPOBRECIDO MORAL Y ECONÓMICAMENTE. FUIMOS AFORTUNADOS.QUEDA LA ESPERANZA DE UN VERDADERO CAMBIO, AUNQUE MÁS PARECE UN SUEÑO. SALUDOS IRMA Y ADRIANA.

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  2. Respuestas
    1. No recordamos, sino nos hace recordar, así la lectura de mi México me evocó muchas imágenes que parecían olvidadas. Los patines de fierro con la llave que había que cuidar como tesoro para ajustarlos, pero sobre todo la libertad que vivíamos entonces y que incluso como adultos en estos momentos la hemos perdido. Cómo explicarle a tu nieta que se haya secuestrada, que quienes deberían estar tras rejas y candados son los que están afuera y no ella que tiene que estar dentro.
      Una lectura fácil pero profunda..

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  3. Genial, impecable y más que nostálgica narración de un país en el que era maravilloso vivir, no queda más que alentar a las nuevas generaciones reacciones a que luchen por recuperar esta maravillosa nación…. Gracias, hermosa lectura

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