EL CARA DE NIÑO

Irma Barquet 

Era de noche ya, las niñas se preparaban para entregarse de lleno a los brazos de Morfeo, porque “Se deben dormir temprano, ya que mañana irán a la escuela”, era la típica perorata diaria, de su mamá. La batalla de todos los días era disponerse a ir a la cama, una vez que se hubieran terminado las tareas escolares, así como el tiempo de juego con amigas y vecinos, cuyo punto de reunión era la calle.

Después de merendar, aproximadamente a las ocho de la noche, -en México se le llama merienda a los alimentos que se toman más o menos a esa hora, aunque en otros países, por el horario, le llaman de otra manera- las hermanitas se tenía que poner la pijama… “Nada de ver más tele… ya estuvieron un rato… ¡A dormir!” Les repetía incansablemente su mamá. No les quedaba otra más que obedecer, verbo que la infancia actualmente, desconoce por completo.

Tal parecía que la “batería” de este par de niñas estaba intacta… querían continuar con todo, menos ponerse en “neutral”. Iriel y Luana eran estas hermanas, que debido a la corta diferencia de edades entre ellas, se llevaban muy bien. Compartían los juegos, los juguetes, la recámara, los objetos necesarios para las tareas escolares… en fin… todo lo que unas niñas suelen tener para estudiar y entretenerse.

En el patio de su casa, solían encontrarse unos insectos espantosos llamados “cara de niño”, son verdaderamente horribles: parecen un híbrido entre araña, escorpión y hormiga… aunque en realidad, son parientes directos de los grillos y los saltamontes. Tienen la cabeza enorme y sin pelo, en proporción a su cuerpo, aparenta tener mandíbulas fuertes. Es de color rojizo o café, con franjas negras. Mide aproximadamente 5 centímetros y tiene 6 patas. Dicen los que saben, que su mordida puede causar un intenso dolor.



Al “cara de niño” también se le conoce como “grillo de Jerusalén”, “niño de la tierra” o “potato bug”, como le llaman los gringos. Prefiere estar en lugares oscuros y por lo regular es tímido, pues se la pasa bajo las piedras o en su madriguera, que puede estar a unos 25 centímetros de profundidad. Sale a comer de noche; su menú se conforma de raíces, materia en descomposición y algunos insectos pequeños, por lo que es un muy buen guardián del jardín, pues se desempeña como depredador de plagas y contribuye al crecimiento saludable de las plantas, pues remueve la tierra.

Estos desagradables insectos, se descubrían con cierta frecuencia en el patio de la casa de Iriel y Luana, en plena luz del día… no se desvelaban para asustarlas.

Ya listas con sus prendas de dormir y guardadas cada una en su camita, con la luz apagada, seguían con su relajo, hasta que Luana, que siempre tuvo buen sueño, guardó silencio y el ritmo de su respiración se hizo cada vez más lento y profundo. Iriel deseaba platicar y jugar con su hermana, quien le hizo el mínimo caso… ella a lo suyo: a dormir.

Iriel tuvo la genial idea de hablarle a su hermana de cosas espantosas y le dijo: “Luana, despierta… hay un “cara de niño” que se trepa a tu cama, por la colcha… escucha sus pasos… es grande, horroroso, su color es rojo… va derechito a ti… Despierta porque te va a morder…”. Palabras a las que Luana hizo caso omiso.

La menor de las hermanas, seguía imposibilitada a conciliar el sueño… ¡Ahora menos! Después de escuchar su propia voz, que hablaba de tan horrendo y repulsivo espécimen, relacionado con los saltamontes… Ella misma se cuidaba de que el “cara de niño” no escalara por su cama… claramente escuchaba sus pasos, en el silencio de la casa, de la noche… Le aterrorizaba encontrarse frente a frente con el bicho… que le diera semejante mordida… ¡Ay… qué horror!

¡Pero qué poder de autosugestión tuvo Iriel! La facilidad de autodireccionar su subconsciente fue tan intensa, que ella misma se creyó el cuento del “cara de niño”. Hizo asociaciones mentales que tenían, inicialmente, el propósito de asustar a su hermana… ¡qué pena! Se atemorizó ella misma. Bombardeó su mente con esos pensamientos tan negativos, que logró conservarlos en su subconsciente, a tal grado que creyó que era una realidad: visualizó a la alimaña y la afirmó en voz alta, inintencionalmente.

A la mañana siguiente, Luana se revolcaba de la risa cuando se enteró que su hermanita no “pegó los ojos” en toda la noche… y todo por el espectro del gusarapo que Iriel construyó en su propia mente…




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