A MI QUERIDA REBECA

Irma Barquet

 

Recuerdo cuando nos conocimos. Coincidimos en un centro de trabajo las cuatro amigas entrañables. La cotidianidad permitió compartir situaciones que iban más allá de lo meramente laboral, cuando éramos unas jóvenes con muchas expectativas en nuestro crecimiento personal y profesional.

Recuerdo tu boda, a la que acudimos con entusiasmo y nos divertimos mucho, en la fiesta que organizaste en el jardín de tu casa paterna. Lucías radiante con tu vestido blanco, de novia ilusionada.

Recuerdo cuando nació tu primer hijo y que tuve la fortuna de regalarte el moisés en el que tu nene descansaba en los primeros días de su llegada a este mundo.

Recuerdo la fascinación que siempre tuviste por las fiestas decembrinas, en las que a tu casa “llegaba la Navidad” con mucha anticipación y la recibías con un ambiente decorado con las figuras alusivas, vistosas y hermosas, hechas por tus hábiles manos. Cada año tenías nuevas creaciones, pero también colocabas las anteriores.

Recuerdo el sabor de los dulces de leche y nuez que confeccionabas y que nos regalabas en la temporada navideña, que le impregnaba una sensación especial al paladar que los degustaba.

Recuerdo los “fines de semana de chicas” a los que, con ansia, acudíamos cada año, después de organizarlos por la anfitriona en turno. Algunos se convertían en pijamadas magníficas en las que lo más importante era ponernos al corriente de las vivencias tenidas en ese lapso. No importaba el reloj, aunque nos venciera el sueño, era menester aprovechar el tiempo hasta el último instante… Las comidas de festejos especiales y las bebidas que las acompañaban, en lugares diferentes en medio de un ambiente cálido que proporcionaba el cariño que siempre nos hemos tenido.

Recuerdo las risas o los llantos que nos provocaban las interminables narraciones de las diferentes hazañas que eran protagonistas de nuestros encuentros anuales, aderezadas con deliciosas botanas, que proporcionaban el calor requerido por las inclementes circunstancias climáticas de las madrugadas.

Recuerdo que, cuando decidíamos por fin ir a dormir, nuestra plática continuaba en las habitaciones asignadas, con las que se armaba tremendo relajo y nos decíamos en voz alta: “ya cállense… parecen de quinto A”.

Recuerdo la ayuda que brindaste a grupos de mujeres para que mejoraran su situación, gracias a las reflexiones que hiciste sobre tu propia vida, en trayectorias a veces espinosas pero que siempre saliste victoriosa y con ganancias incalculables de tu propio crecimiento personal.

Recuerdo cuando me indujiste a ciertas lecturas cuya temática filosófica propiciaba nuestras profundas conversaciones. Libros inolvidables que encerraban verdades desconocidas (para mí) en sus páginas, que me llevaron a tener una nueva perspectiva sobre la (mi) realidad.

Después de cuarenta y tantos años de habernos conocido y de gozar una hermosa hermandad, emprendes el viaje, anticipándote a llegar a ese sitio desconocido que, seguramente, te trae una mejor condición, en el que el dolor no se siente y en el que el descanso es primordial.

Te fuiste en sábado de Gloria y te despedimos en domingo de Resurrección ¡qué significativo!

Feliz me siento de haberte contado entre mis principales afectos de vida, los más importantes… Te voy a extrañar…

Gracias, Rebequina, por permitirme tenerte en mi vida.

Estoy de acuerdo con Tere y con Lupita, cuando dijeron: “Así te recordaremos y estás en nuestros corazones”.

Descansa en paz, querida amiga.




 

 

Comentarios

  1. Existen amistades que se convierten en hermandad por desicion propio, tu querida amiga Rebeca descansa en el mejor lugar y solo es un paso más en dónde algún día estaremos. Te mando un fuerte abrazo querida amiga.

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