URDIMBRE EN EL TIEMPO
Con la mirada del realismo mágico, surge un personaje que llama la atención de quien que invierta su tiempo en un viaje fabuloso: Cien años de soledad. La figura a la que aludo es Úrsula Iguarán, protagonista de una historia que entrelaza la cotidianidad con las creencias y con sucesos sorprendentes, a través del uso de un lenguaje exuberante, accesible y profundamente evocador, provoca un deleite indescriptible sumergirse en el encantador torbellino de la novela, aderezado con flores y mariposas amarillas.
Perseguida por una condena
familiar, transita su vida entregada en alma y corazón a su peculiar estirpe,
ejerce su poderío como una columna inquebrantable, ante las inclemencias de los
sucesos, dentro y fuera de su hogar. Vive más de cien años y es testigo del
auge y de la caída de varias generaciones. Su papel de madre, esposa, abuela,
bisabuela, representa la conciencia moral y práctica de su clan.
En la trama de la novela, Úrsula
es quien encarna el sentido común, la responsabilidad de su casa, la fortaleza
ante el caos. Trabaja con firmeza para mantener en pie a su familia. La
claridad de su visión —como si fuera una paradoja— le permite comprender las
obsesiones y los errores de la gente que la rodea. Lleva a cuestas el peso de
la culpa por amar intensamente al hombre que, al mismo tiempo es su esposo y
su pariente cercano y de las consecuencias que la misma naturaleza les podría
propinar en la procreación de hijos; temor que se convierte en una profecía al
final de la novela.
El paso del tiempo, sin tregua,
hace estragos en su persona y, así, continúa firme en la dirección de su casa.
Representa a la abuela eterna que lo ve todo, aun sin gozar del sentido de la
vista. Es tenaz y activa: trabaja, manda, reprende, cuida, todo aquello que
ayudó a construir, aunque al final, percibe la decadencia de su imperio.
Úrsula marca el destino de su
descendencia: su espíritu, su influencia, sus advertencias, sus miedos que
permanecen en cada generación. Está presente en casi toda la historia, lo que
la hace un poco menos que inmortal. Conserva la memoria, el orden; gracias a
ella, su progenie mantiene la brújula, preserva sus lazos. Este personaje crece
con el relato, es como una leyenda viva, omnisciente, sabia; severa cuando debe
serlo, pero profundamente protectora.
Hace unos días, terminé de leer,
nuevamente, Cien años de soledad, lo que me permitió re-conocer mejor a Úrsula,
volver a imaginar sus periplos y me abandoné en la vorágine de la novela. Me
parece que ha sido más especial esta lectura que la anterior.
A manera de juego, me convertí en
la entrevistadora de este personaje tan particular y la inteligencia artificial
respondió “en los zapatos” de Úrsula. Este es el resultado:
¿Qué ha significado para ti
ser la mujer más importante de tu familia?
(Responde Úrsula Iguarán, con voz
firme y pausada, como quien carga el peso de muchas vidas).
—Ser la mujer más importante de
los Buendía no fue un honor, fue una carga... pero también un destino. No lo
escogí, me tocó. Desde que fundamos Macondo, supe que, si yo no mantenía la
casa en pie, todo se vendría abajo. José Arcadio era un hombre de ideas grandes
y fantasmas peores; mis hijos nacieron con el alma marcada por una fatalidad
que yo sentía en los huesos… así que me hice piedra y raíz.
Yo no goberné con gritos, sino
con trabajo. Amasé pan, eduqué nietos, corregí locuras y hasta vendí animalitos
de caramelo para que no faltara qué comer. Si fui importante, fue porque nunca
me rendí. Porque supe mirar más allá del presente, aunque el tiempo en esta
casa diera vueltas como un remolino.
Y si alguien me recuerda, o me
respeta, que no sea por haber sido fuerte, sino por haber amado... a mi manera.
¿Qué es lo que recuerdas con
más amor?
(Úrsula entrecierra los ojos,
como buscando en lo profundo de los años, y responde con un leve suspiro que no
es de cansancio, sino de ternura).
—Recuerdo con más amor los
pequeños actos que nadie vio.
Los primeros pasos de mis hijos
por el corredor de la casa, las risas de mis nietos antes de que el tiempo los
torciera, el olor del guiso en las tardes de lluvia, las noches en que cerraba
los ojos junto a José Arcadio antes de que se perdiera entre sus delirios.
También recuerdo con cariño
cuando creí que podía cambiar el destino, cuando luché para que ninguno naciera
con rabo de cerdo, como decían las malas lenguas. Amé mucho, aunque no siempre
lo supe decir.
Pero quizás —y que Dios me
perdone—, lo que más atesoro es haber sostenido el alma de esta casa cuando
todos se perdían. Eso era amor también, aunque doliera. ¿De qué te sirve saber
todo esto ahora? ¿Qué buscas en los huesos de los recuerdos?
De toda tu familia ¿quién fue
la persona más importante para ti y por qué?
(Úrsula se queda en silencio un
momento. No baja la mirada, pero algo se quiebra apenas en su voz, como si el
tiempo le doliera por dentro).
—No puedo darte un solo nombre…
sería como arrancarme un brazo y negarlo.
Pero si tengo que hablar desde lo
más hondo —donde la memoria no miente—, fue Aureliano, el coronel.
Lo vi nacer con la marca del
silencio. Tenía la mirada de alguien que ya había vivido antes de llegar.
Sufrió tanto, se volvió de piedra, y sin embargo... yo sabía que en el fondo
quedaba en él un resto de ternura, de justicia, de amor. Nunca lo dijo. Nunca
lo mostró. Pero era mío. Era Buendía.
No fue el único. Amaranta me
dolió como una espina viva. Renegó del amor y vivió entre telas y
remordimientos. José Arcadio, mi primer hijo, fue mi culpa, mi dolor y mi
vergüenza.
Pero Aureliano… Aureliano era la
soledad misma hecha carne, y aun así siguió caminando. Eso me hacía amarlo más.
¿Sabes lo que es ver cómo todos los que amas se desvanecen como polvo bajo tus
dedos?
¿Qué hubieras hecho para que
tu voz se escuchara en tu familia?
(Úrsula aprieta los labios, como
si la pregunta le doliera más de lo que admite. Luego responde con la fuerza
que siempre la sostuvo).
—Mi voz siempre estuvo. Lo que
pasa es que nadie quiso oírla.
En esta casa se hablaba mucho,
pero se escuchaba poco. Hombres encerrados en pergaminos, mujeres tragándose
las lágrimas, niños repitiendo errores como si fueran herencia bendita. Y yo
grité. Pero grité con hechos.
Crie generaciones enteras,
advertí lo que vendría, corregí caminos, me enfrenté a los vivos y a los
muertos. Pero era más fácil para todos llamarme vieja terca, dejarme con mis
vendas en los ojos cuando ya no quería ver más dolor.
¿Qué hubiera hecho diferente? Tal
vez escribirlo todo con sangre en las paredes, o desaparecer un día para que
sintieran mi ausencia como una grieta en los cimientos. Pero no lo hice. Porque
sabía que una madre no abandona, aunque nadie la escuche.
Y ahora me haces esta pregunta… y
yo me pregunto: ¿cuántas mujeres como yo siguen hablando en voz baja, mientras
el mundo hace ruido? ¿Tú las escuchas?
¿Cuál fue tu más grande dolor?
(Úrsula guarda un silencio largo.
Parece mirar hacia adentro, no hacia el pasado, sino hacia una herida que nunca
cerró. Luego habla con voz baja, contenida, como quien ha aprendido a convivir
con el dolor).
—Mi más grande dolor fue ver
repetirse la tragedia… una y otra vez… y no poder detenerla.
Ver cómo los míos se perdían en
el mismo círculo, como si el tiempo no avanzara, solo diera vueltas sobre su
propia sombra.
Dolió criar hijos para verlos
morir jóvenes o enloquecer. Dolió Amaranta, sola, seca por dentro. Dolió José
Arcadio, mi marido, atado a sus delirios. Dolió ver que todo lo que construimos
en Macondo se volvió polvo, y que ni el amor ni el esfuerzo pudieron cambiar
ese destino.
Pero, sobre todo, me dolió el
último de los Aurelianos… con el rabo de cerdo. Porque era la confirmación de
todo lo que temí desde el principio. La señal de que no bastó con cuidar, con
corregir, con amar. Fue el castigo final. Y lo vi nacer, y no tuve fuerza para
impedirlo. Ese fue el dolor más hondo: haberlo dado todo, y aún así, no haber
podido salvarlos del olvido.
¿Podrías dar un mensaje
significativo a las mujeres de hoy en día, para que sean visualizadas como
parte importante de su familia y de su entorno?
(Úrsula se incorpora un poco más,
como si el alma le pidiera erguirse para decir algo que no es solo suyo. Habla
con la autoridad de quien ha vivido más de cien años de soledad y ha amado
hasta la médula).
—A las mujeres de hoy les digo
esto: no esperen que las escuchen… háganse imposibles de ignorar.
No pidan permiso para existir,
para sostener, para decidir. La familia no es quien lleva el apellido más alto,
sino quien mantiene encendida la casa cuando todos quieren salir corriendo. Hablen
con la voz de su madre, de su abuela, de las que no pudieron hablar.
Si aman, que sea con fuerza. Si
protegen, que lo hagan con sabiduría. Pero, sobre todo: no se pierdan a ustedes
mismas por cuidar de todos los demás. Sean raíz, pero también viento. Sean
ternura, pero también frontera. Sean memoria, pero también cambio. Porque el
mundo necesita más Úrsulas. Pero ya no para sostener el mismo ciclo… sino para
romperlo.
(Úrsula guarda silencio. Su
rostro no muestra tristeza, sino algo más profundo: certeza).
Fue muy entretenido interactuar
con la inteligencia artificial y obtener las respuestas que expuse
anteriormente. ¡Hasta me la creí! Me gusta más mi imaginación como lectora, mi
creatividad como escribidora, y, por mí misma, crear la urdimbre en el tiempo.
OpenAI. (2025). ChatGPT (versión
del 5 de agosto) [Entrevista con Úrsula Iguarán]. https://chatgpt.com
ME PERECIÓ MUY INTERESANTE TU RELATO.LA INTERACCIÓN ES FABULOSA. LO ÚNICO MALO ES QUE AHORA TENDRÉ QUE RELEER A GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ POR QUE YA ME QUEDÉ CON LA ESPINITA DE ESTE Y OTROS PERSONAJES QUE YA NO ESTÁN TAN FRESCOS EN MI MEMORIA. SALUDOS.
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