LA REVELACIÓN
Irma Barquet
Marga llegó un poco después
de mí a ese lugar en donde se da el último adiós a aquellas
personas que parten…
Ya había tenido el gusto de
conocerla en otra situación, en otro contexto, así que fue fácil para las dos
entablar una conversación.
Recuerdo bien su apariencia,
los detalles que cuidó para su arreglo personal en aquella mañana, casi rayando
el medio día. Llevaba puesto un traje sastre y unas botas que, para mi gusto,
le daban un toque juvenil a su atuendo. El maquillaje era sencillo. Portaba
accesorios que combinaban con su vestimenta y su personalidad.
Comentamos cosas relativas
al evento. Algunas de ellas con un dejo de tristeza que a ambas afectaban.
Conforme avanzaba el tiempo,
nos adentrábamos más en la conversación: “Fue una noche en la que me sentía
sumamente cansada. Estaba perfectamente predispuesta para dejarme caer rendida al
descanso después de la larga jornada, para recuperarme y continuar al día
siguiente”, me dijo.
Marga se hizo cargo de sus
hijos cuando éstos tenían una corta edad, pues el padre de ellos, decidió
abandonar a la familia para incursionar por “mejores horizontes amorosos” y sin
más ni más, se marchó. Dejó una incertidumbre en los chicos y, obviamente, en
ella, pero no podía darse el lujo de esperar a iniciar una lucha con sus
propios medios para continuar la vida y sacar adelante a sus hijos.
Su rutina diaria la absorbía
de tal forma que le impedía detenerse a “lamerse las heridas”. Los niños, a esa
edad, suelen ser muy demandantes y era menester satisfacer, en la medida de sus
posibilidades, las necesidades que manifestaban.
Corrió el tiempo.
“Aquella noche”, continuó
con su relato, “ni el cansancio me permitía dormir… era una inquietud que me
impedía conciliar el sueño… era imposible relajarme”. Si bien era temprano, el
reloj continuaba con su acelerado curso y al paso de las horas, Marga seguía en
vigilia, resguardada en su casa, espacio que ocupaba ella sola.
Algo sucedía en el ambiente
que seguramente le provocaba ese desasosiego, pero no atinaba lo que pudiera
ser. La noche caía en una gran profundidad poco a poco, sin que ella lograra el
descanso, por lo que eligió levantarse de su cama… optó por ocupar el tiempo de
una manera más productiva… de todas formas no conciliaba el sueño.
Fue muy fácil para ella
organizar la actividad que realizaría para matar el tiempo, después de ver ese
tambache de ropa limpia que debía dejar lista para utilizar. Sacó la tabla y la
plancha. Se puso exactamente frente a la ventana cuya perspectiva le permitía
dominar la calle frente a su casa… era como una gran pantalla por la que se podía
dar cuenta de lo que sucediera en el exterior… Inició su labor.
Mientras trabajaba
arduamente alisando la ropa, aprovechaba para voltear hacia afuera cada vez que
escuchaba algún ruido.
“De repente, el sonido del
motor de un coche me hizo fijar la vista hacia el frente de mi casa”, me decía
con aquellos ojos oscuros brillantes que encerraban una mirada desconcertante. “Tuve
que dejar la plancha, porque lo que miraba llamó poderosamente mi atención”, me
decía como si me estuviera contando el cuento más impresionante que jamás
hubiera escuchado.
La expresión de Marga era
tan especial que me hacía sentir ansias por conocer más y más sobre su
narración.
“Se trataba del motor de una
carroza fúnebre”, me dijo. “Me acerqué por completo al cristal de la ventana y vi
que en el interior de ésta, había un féretro blanco… un terrible escalofrío me
envolvió… en seguida, se desapareció el vehículo”.
Prosiguió con su actividad.
Muchos interrogantes asaltaban su mente. Sus pensamientos la alteraron, sin
embargo, empezó a sentir tal cansancio que interrumpió sus labores y resolvió
que era hora de dormir…
Así fue… el sueño la venció
por completo… se abandonó en el calor de su cama y en el deseo de reposar que,
después de tantos ajetreos físicos y emocionales, merecía.
“Al cabo de un rato… no sé
cuánto tiempo había pasado, escuché que alguien golpeaba en la entrada de mi casa”,
espetó Marga. “Eran golpes continuos y con mucha insistencia… yo había caído en un letargo tal, que me dio mucho trabajo despejarme para levantarme y
atender la puerta… Todavía no amanecía”.
“Al abrir, vi a
mis hijos… su mirada me lo dijo todo… después de un prolongado silencio, les
pregunté: Es César, ¿verdad?... continuaban en silencio, hasta que mi hija
asintió con la cabeza”, aseguraba Marga. “Vámonos, mamá”, le dijeron sus hijos.
Se arregló como pudo y salieron de prisa.
“Al llegar a la funeraria,
dentro de todo mi dolor, me sorprendió que mi hijo César yacía en un ataúd
blanco… Inmediatamente pensé en Dios y le di las gracias”, me dijo con una
mirada conmovedora. “Es una gran revelación la que Dios me hizo y sentí un
consuelo enorme ante la pérdida de mi hijo y la pena que me causaba…”.
En ese momento, Marga volvió
a dar gracias a Dios por la revelación.
DICEN QUE LAS COINCIDENCIAS NO EXISTEN Y QUE EN OCASIONES RECIBIMOS SEÑALES EN FORMA DE CORAZONADAS O DE PRESENTIMIENTOS DIFÍCILES DE DESCIFRAR.CADA QUIEN LO PUEDE INTERPRETAR DE ACUERDO A SUS CREENCIAS O COSTUMBRES. SALUDOS.
ResponderBorrarGracias, Federico Sinta, por tu comentario... ¿Mensaje divino, acaso?
BorrarYo solía platicar con mi amigo sacerdote enfermo de enfisema pulmonar en el corredor del claustro donde vivía, me confesó en la platica que le daba miedo la escalera, ya que sentía que era una amenaza a su salud, nos despedimos y, pensé que me haría cargo de ponerle un elevador rustico para evitar sus miedos, 2 días después le busqué para darle la noticia que tenia patrocinadores económicos para la viabilidad del elevador, otra voz me contesto que hace 2 días en la tarde había muerto al subir las escaleras, y que ya lo habían enterrado, no lo creí y hasta ahora lo sigo buscando
ResponderBorrarGracias, José Luis Sosa, por tu comentario... ¿otra revelación? Abrazos...
Borrar