LOS BACHILLERES

Elaborado por: Irma A. Barquet Rodríguez

Corría la mitad de la década de los 70, del siglo pasado, cuando un grupo de jóvenes tuvo la fortuna de tener un punto de convergencia: su escuela. Ninguno de ellos y ellas se hubiera imaginado la aventura tan grata que tendrían al convivir tres años enteros de su vida académica.

Los estudiantes de nuevo ingreso se dieron a la tarea de integrarse en el grupo que la escuela les asignó. Eran 60, aproximadamente. El primer día de clases, en el turno vespertino, se saludaron y se presentaron como siempre se acostumbra en este tipo de circunstancias. El grupo estaba balanceado, eran casi el mismo número de hombres y de mujeres.

En el turno vespertino, generalmente estaban inscritos los estudiantes que tenían una responsabilidad laboral durante las mañanas y parte de la tarde, este grupo tenía esa característica, por lo que se asumía que eran personas que tenían una necesidad específica en cuanto a incrementar su capital humano para tener mejores oportunidades de desarrollo personal y profesional.

Era menester entrar en confianza para que los alumnos de bachillerato pudieran desenvolverse adecuadamente, de acuerdo con el clima estudiantil que ellos mismos propiciaron, en donde reinaba la paz, la armonía, el compañerismo y sobre todo la solidaridad, la diversión, la risa, el buen humor.




Como en la mayoría de las escuelas de esos tiempos, en este grupo estaban presentes los compañeros: “El Jefe”, “El Chino”, “El Perro”, “El Ariel”, “El Ñoño”, “El Vampiro”, “La Picochulo”, “La Mapamundi”, “Morticia”, Lázaro, Alfaro, que éstos últimos fueron favorecidos ya que se les trataba por su apellido paterno, además de Cony, que era el diminutivo de su nombre de pila, entre otras personas más.

Los profesores no se salvaron, estaban: “El Pescado”, “Urko”, que dicho sea de paso, fue debido a su gran parecido con el personaje de la película “El Planeta de los Simios”, “Eligio”, por no decirle “el hijo…”.

Se hizo una verdadera amistad, que permitió entre los bachilleres, en especial los mencionados, que hubiera apoyo tanto en el trabajo académico como en lo personal.

Pocos se hacían los pretextos que se buscaban para festejar: inicio y final de semestre, cumpleaños, santos, días feriados. Se organizaban fiestas enormes, “de traje”. La música sonaba a todo volumen, se bailaba mambo, cumbia, chachachá, rock and roll, en donde “El Chino” era el principal maestro pues practicaba los ritmos y sus pasos en un salón de baile, los fines de semana.

“La Picochulo”, “La Mapamundi”, “Morticia” y otras compañeras, eran las privilegiadas para ser pareja de baile de “El Chino”. Él indicaba la coreografía, era imprescindible lucirse en cada pieza, con el compás marcado con los pies, los movimientos de los brazos que adornaban el cuadro. Tenía a su pareja favorita para el rock and roll acrobático: era la más menuda del grupo, lo que facilitaba cargarla, pasarla de un lado al otro, sin mayor problema. Lo bueno de todo era que ella se atrevía, se veía el disfrute de ambos en esas piruetas. ¡Era divertidísimo!

Normalmente “El Vampiro” llegaba tarde a clases, por el horario de su trabajo. El apodo se lo ganó gracias a que en sus párpados superiores e inferiores, la piel pintaba un poco más oscura que el resto de su rostro. En cuanto abría la puerta del salón y entraba, todo el grupo coreaba “ih… ih… ih… ih…”, con sonidos prolongados. Acto seguido: carcajada general… con el maestro en turno incluído.

Un día, tocaba clase con “Urko”. El grupo tenía ganas de organizar un reventón, motivo suficiente para “matar clase”. “El Chino”, se sacó de la manga una historia con el profesor y le dijo que era cumpleaños de “Morticia” y que lo celebrarían, por lo que le pedía entrañablemente la hora de su clase, pues la fiesta sería en casa de la festejada. “Claro que usted está invitado” dijo muy amablemente el portavoz del grupo. La fiesta se realizó, tal y como estaban diseñados los planes. “Urko” asistió, por supuesto, y no dejó que “Morticia” bailara con nadie más que con él.

“El Jefe”, por ser el que contaba con más edad que el promedio de los bachilleres, era el que fungía como representante del grupo ante las autoridades académicas, para tratar cualquier asunto relacionado con la trayectoria de los estudiantes en lo colectivo. Una vez comentó que su principal motivación de retomar la escuela era que su hijo mayor y él, ingresaron a la educación media superior al mismo tiempo, y lo que quería era tener los conocimientos para poder ayudar a sus hijos en sus estudios. ¡Admirable acción!

Las risas se acentuaban cuando se referían, por alguna situación, a “La Picochulo”, quien recibió ese mote porque hacía alusión a los labios tan, pero tan carnosos que poseía. Los amigos hacían bola y transitaban de un extremo al otro del pasillo, con voz muy audible y con una tonadita con la que repetían: “Picochulo… Picochulo… Picochulo…” Nunca se supo si ella se enteró de su sobrenombre, seguramente así fue. No se molestaba en lo más mínimo, era muy buena compañera.

En esos años se inició el programa de televisión “El Chavo del Ocho”, que tenía un personaje que le llamaban “El Ñoño”, pues quien haya visto esa serie, recordará los atributos físicos de dicho intérprete, quien inspiró al grupo para bautizar a su compañero.
Lázaro llegaba siempre oliendo a “chilitos”, era obrero de una fábrica y no le daba tiempo de comer, más que gordas y otras fritangas que hacían en la puerta de la escuela… Era su alimento de cada día… madrugaba y le pegaba duro a la chamba.

Estos amigos fumaban mucho, entonces se permitía que se hiciera dentro de las aulas, en los pasillos o en cualquier parte del plantel. Era un verdadero problema para quien sacara la cajetilla de cigarrillos porque volaban en un santiamén. Eso hizo que quienes los ofrecían, adquirieran de los menos caros, como Baronet, cuyo anuncio comercial cantaba: “más largo, suave y sabrosón…”, cuando querían quedar bien, porque los más tacaños, compraban Faritos o Delicados sin filtro y obviamente de esos no les gorreaban. Eran momentos inolvidables, en los que los chistes se hacían presentes, acompañados de risas escandalosas con nubes de humo.

También hacían acciones nobles. Una ocasión juntaron dinero entre todos para cooperar con una compañera que tenía que cambiar la prótesis de una de sus piernas, pues ella relató su necesidad y los bachilleres, muy sensibilizados, hicieron lo necesario para conseguir dinero. Cony trabajaba en una sucursal bancaria, por lo que hizo los trámites necesarios para la apertura de una cuenta de ahorros. Al final, cuando ya se habían recabado fondos suficientes, obviamente se organizó una fiesta, en la que, con todo el protocolo que el momento ameritaba, “El Chino”, después de dirigir un sentido speech a la compañera, hizo entrega física de un cheque. ¡Fue un momento muy significativo, además de lacrimógeno!

Esa generación de bachilleres “salió retebuena” porque todos lograron terminar una carrera universitaria y desempeñarse sobresalientemente en sus áreas de competencia: Derecho, Contaduría, Administración, Pedagogía… todos eligieron de acuerdo con su vocación. Son profesionales de calidad, muy éticos y exitosos.

Definitivamente recordarán sus andanzas de bachilleres y por lo menos, esbozarán una leve sonrisa, ya que fueron los protagonistas de tiempos inolvidables, de estudiantes inquietos, deseosos de progresar.




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