VALORES DE LA PERSONA
Irma Barquet
La persona en cuanto tal, es
valiosa, pues tiene la capacidad de la autodeterminación. Los valores provienen
de sus facultades, sobre todo de las del alma. De modo que ella, en sí misma,
es valiosa y hay valores para ella.
Tener conciencia del valor
de la persona conlleva el beneficio de no dañarla, o sea no tratarla como una
cosa, lo que favorece el ejercicio de la libertad de todos y cada uno de los
seres humanos, ya sea solos, ya sea en común acuerdo.
En la dignidad humana se
encuentran la dimensión ontológica, que se refiere a que toda persona, por el
hecho de serlo, vale, pues se autodetermina; la teológica, debido a que toda
persona ser creatura de Dios es valiosa y la ética, pues entre más acciones
buenas efectúe alguien, más vale, entre menos acciones valiosas realice
alguien, menos vale.
La dignidad ontológica y la
teológica son iguales para todos los seres humanos; no son susceptibles de
aumento o disminución. La dignidad ética depende de cada quien; sí puede
aumentar o disminuir.
Por ser persona, tiene, por
lo menos, doce valores en sí misma: autocomprensión, autodeterminación,
incomunicable, inalienable, autoposesión, autogobierno, autodependencia,
autonomía, autodefinible, sociable, trascendente y tiene y controla su
intimidad. Esos valores son bienes causados por las facultades anímicas que
redundan en beneficio del individuo.
La autocomprensión es el
conocimiento que tiene diversas modalidades, dos de las cuales son:
conocimiento directo, es decir, conocer algo distinto de uno mismo y
conocimiento reflejo, o sea, conocerse a sí mismo. Este segundo asume, a su
vez, varios estilos como son la introspección psicológica y examen de
conciencia, con denotación moral y religiosa, para conocer las acciones buenas
y malas efectuadas en una ocasión precisa.
La autocomprensión es la
capacidad del ser humano de conocerse a sí mismo en su totalidad, esto es,
tanto en su ser como en su hacer, con el mayor detalle posible. Ello se logra
mediante valores como la soledad, el silencio, la calma, el sosiego.
De una parte de nuestra
esencia, la voluntad, emana una fuerza que nos mueve a actuar, es a lo que se
le llama autodeterminación. Entre nuestros diversos movimientos están aquellos
por lo que nos atraemos valores. Consecuentemente, el uso de la libertad se
fundamenta en la autodeterminación: yo
decido orientarme hacia el valor, lo elijo y me lo apropio; incluso, puedo
renunciar a usar mi capacidad de autodeterminación: decido no escoger valores
para esperar que otro me los dé.
Valor emanado de la
interioridad: autodeterminación y libre albedrío. Somos incomunicables en el
sentido de realizar nuestros propios actos: nadie puede querer en lugar mío. En
ocasiones, alguien “desea fervientemente que yo desee lo que él quiere”, lo
cual manifiesta el límite entre él y yo, límite determinado por el libre
albedrío. “Yo puedo no querer lo que el otro desea que yo quiera, y en esto es
en lo que soy incomunicable”.
Asimismo, soy incomunicable por cuanto tengo mis
propias capacidades, las que uso a mi estilo. De modo que no puedo despojarme
de ellas ni de su contenido para dárselas a otro.
Ser inalienable es un
atributo que proviene de la autodeterminación y del libre albedrío, porque no
podemos ser dominados por otros, somos inalienables, es decir nadie puede
sustituir nuestros actos de voluntad.
Si sustituimos en nosotros
mismos, somos dueños de nuestro propio ser. A esto se le denomina autoposesión.
Al autoposeernos, decidimos cómo ejercer nuestra libertad y los valores que
seleccionaremos.
Si nos autoposeemos también
nos autogobernamos, o sea, decidimos y escogemos valores que nos perfeccionen y
satisfagan nuestros diferentes anhelos.
El autogobierno nos hace
autodependientes. Esto sucede con la conciencia moral, a lo último que
recurrimos para distinguir el bien del mal, en una situación específica, es a nuestra
propia conciencia, a nuestros conocimientos y experiencia. Podemos, desde
luego, pedir consejo, más, finalmente, la última decisión es nuestra pues sólo
nosotros conocemos la situación que nos impele a distinguir el bien del mal.
Después de haberlos
diferenciado ejercemos la libertad que tenemos, la posibilidad de renunciar a
ejercer la capacidad de autodependencia y volvernos heterodependientes a fin de
no escoger, por nosotros mismos, nuestros valores, sino esperar a que alguien
nos los dé.
Somos autónomos por cuanto
de nosotros y sólo de nosotros emanan nuestros actos, mismos que se nos
atribuyen debido a que somos el punto de partida y el de llegada de todo cuanto
hacemos. Desde una perspectiva práctica, experimentamos la autonomía en tres
actos: conocimiento, querer y el uso de la libertad.
El conocimiento es espontáneo,
no podemos evitar conocer, pero tenemos la capacidad de orientar nuestras
facultades cognoscitivas hacia los objetos que deseemos. Aquí está la
autonomía, yo decido qué conozco.
Ahí mismo hemos mostrado la
autonomía de la voluntad y de la libertad: yo
decido qué conocer, después de lo cual interviene la libertad: dirijo mi atención
hacia el objeto de conocimiento para examinarlo minuciosamente a fin de
conocerlo y hacer algo con él, esto es, darle un uso.
En la autonomía se funda la
libertad: decidimos qué y cómo hacer lo que debemos hacer. No soy libre para
sentir hambre y cansancio, pero sí lo soy para satisfacerlos, yo decido qué y cuándo comer y descansar, yo
decido cómo proyectar mi vida.
Dado que somos racionales,
tenemos la capacidad de señalarnos a nosotros mismos nuestros propios fines
valiosos, pues dirigirnos a lo malo se opone a nuestra naturaleza racional, la
cual constituye nuestra plenitud y es perfección. En virtud de que somos
perfectos en nosotros mismos, somos valiosos. Por eso, tender al mal va contra
la razón, contra nuestra esencia que de suyo es valiosa.
Nos trazamos nuestros
propios fines porque tenemos porque tenemos la capacidad de autodeterminarnos,
basada en la facultad de reflexión y de libre albedrío. Al ser fin en nosotros
mismos, no podemos ser convertidos en medio o instrumento para alcanzar
objetivos específicos de otros.
De modo que la relación
entre los seres humanos no puede ser de medio a fin. Uno de ellos es el medio
del que se vale el otro para lograr sus metas. Porque al autodeterminarnos,
autoposeernos, autogobernarnos, somos autodependientes, autónomos y
autodefinibles, en pocas palabras: somos libres. En efecto, ante diversos
valores que satisfarán nuestras necesidades, seleccionamos y nos apropiamos de
uno o varios, lo que deseamos y nos convengan. He aquí el ejercicio de la
libertad.
Tanto por su esencia como
por su naturaleza racional, la persona forma y vive en sociedad. Aparece y
subsiste en la compañía de otros seres humanos, quienes le ayudarán a alcanzar
su perfeccionamiento físico y espiritual. Justo por esto la sociabilidad tiene
dimensión axiológica, emana del ser de la persona y ella se desarrolla
plenamente dentro de la sociedad.
Trascendente, vocablo
derivado del latín trans, más allá de…
y scandere, subir. El ser humano es
trascendente por cuanto no está encerrado en sí mismo, sino que sale de sí para
abrirse a sus semejantes e, incluso, a Dios, y está por encima de las cosas que
lo rodean porque es inteligente y libre. Mediante estas dos facultades él
domina el universo, transformándolo para su beneficio, para vivir dignamente.
Gracias a la trascendencia, la persona se comunica con sus semejantes, habla
con ellos y vive en sociedad.
La persona posee el universo
interior, cuenta con intimidad: sus pensamientos, deseos, decisiones, planes y
sentimientos, los cuales controla a su gusto. Este universo interior es valioso
para ella porque constituye lo más íntimo de su ser: es ella y sólo ella, sin
la injerencia de nadie.
Profundizar en lo que las personas somos en cuanto valemos, también nos permite abonar a nuestra inteligencia emocional.
Mi querida Irma, gracias por compartir tus reflexiones. Siempre son un aliciente. Un abrazo.
ResponderBorrarGracias, querida Alma Rosales, por tu comentario y por considerar mis aportaciones como un aliciente... Abrazos.
BorrarERES UNA PERSONA MUY COMPLETA EN TU ESTRUCTURA GENERAL, ESTE TEMA ES MUY COMPLEJO Y SIN EMBARGO. LA FORMA EN QUE LO MANEJASTE, ME ENCANTO, GRACIAS POR DARTE TIEMPO, PARA COMPARTIR TANTAS COSAS.
ResponderBorrarCOMO SIEMPRE, ABRAZOS. BESOS Y SALUDOS.
Gracias, Rogelio Verduzco Castellanos, por tu comentario. Los valores de las personas son temas importantes, considero que lo que representa un reto es llevarlos a la práctica y transmitirlos a las nuevas generaciones... Abrazos.
BorrarFelicidades Irma
ResponderBorrarTratas un tema muy interesante, siempre me he cuestionado cómo explicar el libre albedrío. Y por autodeterminación todas las personas tenemos una estructura mental "buena" porque iría contra nosotros mismos hacer lo contrario. Sin embargo a veces nos allegamos de antivalores que van contra nosotros mismos. Darnos un tiempo de autoconocimiento, de un buen examen de conciencia es lo que nos hace falta, hacerlo más seguido, hacer una pausa, detenerse a pensar qué me beneficia. Recibe un abrazo. Dios contigo
Gracias, Maru Rice, por tu comentario... Considero que no hay "antivalores", creo que lo que puede suceder es que se dejen de practicar los valores, que también es donde entra en acción el libre albedrío... Abrazos.
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