ABUSO SEXUAL: EL CASO DE LUNA

Irma Barquet

Galaxia

 

Luna era una niña pequeña, muy delgada, de piel morena y ojos vivarachos. Su larga cabellera oscura, caía ensortijada sobre su espalda, hasta la cintura. Alegre, juguetona, sonriente, a todas las personas contagiaba con su energía. Sus primas y primos, de tez blanca, cariñosamente le decían “Negra”.

Su papá falleció antes de que ella naciera. Su mamá y ella solían compartir la misma casa con la familia de su tía, quienes tenían mucho apego. El esposo de su tía recibió la instrucción laboral del traslado a otro estado lejano, por lo que la prole completa tuvo que cambiar de lugar de residencia. Luna contaba con 5 años de edad cuando se mudaron a San Jerónimo, un pequeño pueblo ubicado en la zona de la Costa Grande del estado de Guerrero, a poca distancia del puerto de Acapulco, muy lejos de su lugar de origen al sureste de la República Mexicana.

La precaria situación económica en la que estaban, obligó a la mamá de Luna a aceptar realizar las labores domésticas y a recibir un trato de sirvienta, a cambio de casa y sustento… No les quedaba otra opción. En ocasiones era muy despectiva la forma en la que se dirigían o se referían a ellas, con apodos y términos mayas alusivos a su condición de servidumbre. De alguna manera, denotaban quién tenía el poder y la autoridad en esa familia, lo que a veces utilizaban para actuar con injusticia.

La modesta casa de su familia materna era confortable y muy agradable: un patio central cuyo perímetro estaba delimitado por las habitaciones con hamacas, el techo de tejas. Casa en la que permanecieron poco tiempo pues por algunas necesidades, tuvieron que mudarse a otro lugar que tampoco contaba con comodidades, por ejemplo, el baño se encontraba en el exterior, compuesto por letrinas que, de noche, provocaba en Luna temor, pues tenía que caminar sola en la oscuridad, con pasos veloces, al ritmo de su pulso,  además las condiciones eran insalubres y podía toparse con bichos de los que se percataba por la luz de las estrellas, siempre iba apresurada, el susto de los desagradables insectos, hacía que corriera y se moviera con agilidad para regresar a la casa. A la fecha, esos bicharracos le causan repugnancia.

San Jerónimo es un pueblo que Luna guarda agradablemente en su memoria: el río cercano, de aguas cristalinas, le prodigaba un espacio para jugar y disfrutar; en la proximidad de su casa, se veía al ganado vacuno cruzarlo de orilla a orilla, parecía un espectáculo natural, como una estampa extraída de la revista National Geographic, además el olor a leche y a queso frescos, imperaba en el ambiente, mismos que degustaba como parte de su dieta. Tuvo una infancia feliz… a pesar de los pesares.

Luna tenía la fortuna de asistir a una escuela primaria, oportunidad que le permitió estar fuera de las estadísticas de analfabetismo, cuyo índice, en la actualidad, es alto entre la población de San Jerónimo. Cursaba los grados iniciales de la educación básica, cuando tuvo la experiencia más atroz de su corta vida: recuerda que, en dos o tres ocasiones, el profesor le pidió al grupo de estudiantes que saliera a recreo, menos a ella. Luna obedientemente, permaneció en el salón de clases, preguntándose a sí misma ¿por qué no salía con los demás, si había cumplido con las todas tareas escolares? No encontraba ninguna explicación. Su corazón empezó a latir aceleradamente al momento que vio que el individuo se acercó a ella con una actitud parecida a quien está poseído por un ser maligno, era desconocida para la niña, por primera vez sintió su mirada lasciva que la recorrió por completo, una sonrisa mordaz dibujada en el rostro, inusual y extraña, acompañada de palabras que no logró registrar.

Luna, sentadita estoicamente, empezó a ver que el profesor pasaba la mano por debajo de su falda; los dedos, presurosos, toquetearon sus partes íntimas. Percibió el ácido aliento en su cara. Se paralizó… Le fue imposible articular palabra alguna y moverse a otro lado, quedó totalmente indefensa. En el fondo, ella sabía que esa era una acción mala. Ésta fue la primera experiencia que tuvo a ese respecto, lo que en la actualidad está tipificado como acoso o abuso sexual.

Se sintió paralizada cada vez que el sujeto abusaba de ella. La humillación, el dolor, la inseguridad, que vivió hicieron que percibiera el poder que ejercía sobre ella. Le fue imposible hablar del suceso, lo escondió en lo más recóndito de su mente, de su corazón, así como esa parálisis que padecía cada vez que lo recordaba. Sin pedir ayuda y sin que alguien se interesara en sus sentimientos y en sus emociones encontradas, continuó con su vida.

Una ocasión, en un juego con sus primas, Luna, accidentalmente pasó por la recámara de sus primos y vio que uno de ellos, en ese momento, estaba masturbándose. Le dijo a la niña que fuera con él, la utilizó vilmente para continuar con la estimulación genital. Sin una pizca de vergüenza ni empacho para inducirla a esa perversa práctica. Ella registró en su mente que sucedió un par de veces, sin recordar el tiempo que había pasado entre el abuso del profesor y el de su primo pubescente.

Luna continuaba paralizada en las ocasiones que había experimentado abuso sexual, a su breve edad. Se encontraba en un estado de indefensión, de confusión y de temor, que le impedía actuar en consecuencia o hablar con alguien. Era una niña muy chica. Sufrió pérdida de autoestima y aumentó su grado de estrés, como si estuviera envuelta en una pesadilla que percutía a cada momento en su interior.

Al clan se le sumaron otra tía viuda y su hija, Rosa, que era un poco mayor que Luna, así que el grupo de criadas aumentó también, pues llegaron con la desventaja de carecer de recursos económicos para ser autosuficientes e, igual que Luna y su madre, tuvieron que trabajar en casa y al servicio de quienes les dieron asilo, a cambio de tener un techo sobre sus cabezas y el sustento diario, sin consideraciones.

En aquellos lares casi todas las personas acostumbraban dormir en hamacas por el clima tan caluroso y para evitar que algunos insectos rastreros treparan y les causaran daño. Cuando caía la noche, primos y primas acudían a sus respectivas habitaciones para disponerse a dormir, momento que aprovechaba el esposo de la tía que les procuraba amparo, con el pretexto de “darles las buenas noches” a Luna y a Rosa, a quienes, como si fuera un juego, les hacía cosquillas desde los pies y, con movimientos ascendentes, les tocaba las piernas, los genitales, aunque las niñas trataban de esquivarlo, quitaban sus manos y se “resguardaban” envueltas en las hamacas, sin poder hacer algo para que alguien las protegiera. Este pariente también abusó de ellas con mucha más frecuencia y… durante varios años. ¡No estaban a salvo! Seguían sin comprender, pero en su interior sabían que se trataba de algo muy malévolo.

Ese tío, malintencionado, adulto como era, que debía haberlas protegido, las violentó por mucho tiempo. Si bien Rosa se aferraba a verlo como un padre, Luna empezaba a experimentar sentimientos en su contra, su corazón sentía que lo odiaba, no soportaba estar cerca de él, sin embargo, guardaba el secreto que tanto la carcomía por dentro. No sabe si en algún momento su madre, sus tías y primos se daban cuenta de lo que sucedía y preferían no tocar el punto.

Las cosas cambiaron y la vida dibujaba una sonrisa para Luna y su mamá, pues tuvo la oportunidad de prepararse como docente en la Normal Superior en la Ciudad de México. Participaba en cursos intensivos de verano, viajaban y se quedaban varios días, cambiaban de aires, disfrutaban de un ambiente más sano, hacían planes para un futuro próximo en el que podría mejorar su situación económica, social y laboral. Las estancias en un hotelito rústico en la capital mexicana, significaban para Luna una liberación enorme. ¡Daba brincos de felicidad! Parecía estar de vacaciones, que en realidad estaba en ese período marcado en el calendario escolar, aunque su mamá se dedicaba a estudiar y a ponerse al día en las cuestiones de la educación, de la enseñanza y el aprendizaje de adolescentes.

Luna y su mamá convivían con unos parientes que tenían en la Ciudad de México, con quienes pasaban ratos muy agradables y tuvieron a bien conseguirle trabajo en una escuela en Atoyac, Guerrero, con unas horas de clase en una Secundaria, su madre le dio a Luna una mejor calidad de vida, más próspera, alejada de acosos que desde su infancia la habían perseguido. Mientras que la parentela de su tía cambió su lugar de residencia a Pinotepa, en el estado de Oaxaca. Pasó algún tiempo, cuando en la zona de Guerrero y Oaxaca, en las ciudades mencionadas, azotó un fuerte sismo, a finales de la década de los 60 del XX. Las respectivas casas quedaron dañadas, inhabilitadas y tuvieron que mudarse, a la ciudad de Acapulco.

A estas alturas, Luna estaba en la pubertad.

Las conexiones laborales que sostenía el acosador, permitieron conseguir trabajo para él y para la mamá de Luna, en las escuelas Secundarias correspondientes, en el bello puerto de Acapulco, por lo que, nuevamente, tuvieron de compartir casa. Entonces, Rosa cursaba la Secundaria y Luna terminaba la Primaria.

En pleno desarrollo físico, Rosa se convertía en una hermosa mujer, por lo que el pariente agresor continuó con sus prácticas de hostigamiento hacia ella y Luna escapó de sus malas intenciones. Como festejo del cumpleaños número quince, dicho personaje la invitó a la presentación de cantantes de moda en aquella época y a pasear por la ciudad. Al poco tiempo, al parecer la tía, esposa del victimario en cuestión, se dio cuenta de la gran atracción que la sobrina provocaba en su marido y, como si la joven fuera culpable, la tía le hizo la vida imposible, hasta orillarla a cambiar de casa a la Ciudad de México, donde ya residía su mamá, pronto Rosa encontró trabajo, continuó sus estudios y construyó su propia familia. La tía no vio o no quiso ver que en su lecho tenía al principal foco de infección. El atacante quedó impune, como si fuera una blanca paloma.

Ese rato fue una pausa para Luna en términos del hostigamiento, pero al quedarse, el instigador volvió a posar sus ojos en ella para darle vuelo a sus deseos malsanos. Buscaba la oportunidad para hacerse presente en casa aun en horarios de trabajo pues la niña asistía a clases en el turno vespertino. La recámara asignada para ella y para su madre, tenía muros de celosía, la puerta mal puesta, por donde el acechador podía espiarla. Ella se escondía en lugares que consideraba imposibles de ser encontrada, usaba el baño cuando estaban cerca su mamá o su tía y así evitar que el individuo la fisgoneara. Al no quedarle otra opción, el criminal se retiraba de la casa con risas fingidas, con palabras soeces, con tarareos para disimular el fracaso en sus endemoniados intentos, pero conforme por haber logrado asustarla. La niña tenía terror de quedarse sola en la casa, expuesta a los peligros de ese monstruo, era el peor calvario que pudo experimentar, asqueada solo de pensar en él: su fisonomía, sus rasgos, su voz… ¡Peor que una condena!

Una ocasión, el hostigador pretendió besarle los labios. En forma automática, volvió a sentirse paralizada, inmovilizada. Luna se percató más conscientemente de que se trataba de algo muy grave. El rechazo tan fuerte que sintió la hizo dejar de hablarle y de acercarse. Ya habían transcurrido algunos años cuando sus primas, hijas del sujeto, le preguntaron por qué le había retirado el habla a su papá, quienes, al conocer la respuesta, optaron por ignorarlo de la misma manera. Luna jamás le dirigió la palabra a su victimario, en lo que restó de sus días.

Este patán, acosador, inmundo, tuvo la desfachatez de escribir una patética carta dirigida a Luna, cuyo contenido evidenciaba que provenía de alguien con una mente sumamente torcida, enferma, perversa. Esta misiva fue del conocimiento de todos los integrantes de la familia… ¡Se hicieron de la vista gorda y alcahuetearon al criminal! Luna incubaba un odio gigantesco hacia su madre, su tía y, por supuesto, al tipo en cuestión.

El asediador continuó haciendo sus fechorías por más tiempo. Luna cursó Secundaria y Preparatoria, sometida a ese ambiente amenazador. Su aliada incondicional fue su prima Estela, de la misma edad, procuraba estar en su compañía, siempre empática, rechazó a su padre, aunque posteriormente se reconcilió con él, después de pasar por dolorosos procesos para perdonarlo, que, por si fuera poco, era alcohólico, engañaba a su esposa y la maltrataba. “Irónicamente, ese hombre que me lastimó tanto, me dejó como regalo esa prima”, dice Luna, al aludir que descansó en cuanto el verdugo falleció.

Esta pequeña albergó sentimientos y emociones difíciles de describir en aquel momento, sin embargo, en la actualidad, Luna, los tiene muy claros y los expresa: coraje, rabia, impotencia, ganas de matar al agresor, desearle el mal, frustración, enojo, rencor. Con el paso de los años ha podido derribar poco a poco la barrera del silencio, del miedo. Ha sido difícil, pero un avance significativo en la sanación interna por la violencia que experimentó desde los primeros años de su vida, tan importantes en su crecimiento sano, físico y emocional.

El vínculo con su madre se rompió. Luna no soportaba que la tocara o que le hablara, toda comunicación estaba vetada porque permitió el acoso, sin chistar ni un ápice al respecto.

Para Luna ha sido cuesta arriba contar su desgarradora historia: recordarla y hablar sobre sucesos tan terribles, ha contribuido a su curación. Su experiencia como víctima de acoso sexual desde su niñez hasta su adolescencia, es un lastre muy pesado, le complicó relacionarse con las demás personas, en especial con los hombres, era incapaz de platicar, negociar con ellos; encerrada en el mutismo, igual al de la primera ocasión en la que fue abusada sexualmente; ha tenido pesadillas y constantes flashbacks. Conocer y adentrarse en los temas feministas le ha sido positivo en la superación del estrés postraumático que sufrió, ha tenido contacto con mujeres que comparten con ella ciertas experiencias de violencia, que no se han quedado estáticas, pugnan porque dejen de cometerse esas atrocidades, comprenden la complejidad de ser violentadas y las repercusiones que tienen en su mente, su cuerpo y su corazón.

Según Luna, estar callada y “escondida” eran lo que le permitían mantenerse a salvo. Retenía sentimientos, pensamientos y emociones profundamente ocultos. Hasta hace muy algunos años, ha podido sanar un poco su corazón con respecto a su mamá, trata de comprenderla: sus miedos, su necesidad imperiosa de sobrevivir, su obligación de cuidar de ella, el fuerte lazo de dependencia con su hermana, sus razones para actuar en forma indiferente ante el daño que sufría su hija y cómo tuvo que salir adelante. Ha visto con compasión cuando su madre llegó a la vejez, presentó severos deterioros físicos y cognitivos, hasta el fin de sus días.

Gracias a su capacidad de resiliencia, su fortaleza y otros atributos más, Luna, ahora es una mujer adulta que se desarrolló profesionalmente en el área de las bellas artes, impartió clases a grupos de estudiantes en las aulas de algunas escuelas Secundarias, como solía hacerlo su madre. Formó una familia a la que proporcionó toda clase de cuidados. Es muy sensible ante los temas de violencia de cualquier tipo, contra niñas, niños y adolescentes; participa en programas de formación feminista, crea redes de mujeres para la protección y contención entre ellas. ¡Es una mujer excepcional!

Luna comenta, conmovida: “La violencia marca la vida de las personas que han sido víctimas. Las implicaciones son terribles. Dejan una huella imborrable, física y emocionalmente, que solo con ciertos procesos terapéuticos logran gestionarse de una manera lenta y diferente. Cuesta tiempo, dinero y esfuerzo que no mucha gente los tiene, así como la disposición de hacerlo, por lo que la sanación a estas heridas se complica. Posiblemente algunas personas abusadas sexualmente en su infancia o en su adolescencia, estén en la calle, pugnando por su supervivencia o replicando el esquema de victimarias en los integrantes de su prole. El círculo vicioso puede seguir y seguir, pues en ciertos ámbitos aparecen estas prácticas perversas muy normalizadas”.

El acoso o abuso sexual en niñas, niños y adolescentes es un fenómeno que sucede en la actualidad. Es cualquier comportamiento verbal, no verbal o físico de naturaleza sexual, ejercido contra su dignidad, en un ambiente intimidatorio, degradante y ofensivo, en ese contacto o actividad sexual, está implícito el poder del victimario a través de amenazas, violencia física, psicológica o engaños. El abusador persigue su propia satisfacción y gratificación sexual.

Este tipo de violencia provoca daños emocionales a las víctimas como ansiedad, depresión, rechazo a las manifestaciones afectivas que antes se aceptaban, miedo a personas o a lugares, alteraciones del sueño. En grado extremo, pueden consumir drogas y tener ideas o intentos suicidas. Desde la perspectiva física y de acuerdo con el nivel de violencia, pueden presentar hemorragias, lesiones en genitales, infecciones y, en algunos casos, embarazo.

Cualquier tipo de violencia, obviamente, vulnera los derechos humanos de los menores, en este caso.

El silencio es un mecanismo de defensa que tienen las víctimas, son incapaces de hablar del tema porque en realidad, no comprenden lo que les sucede, pero intuyen que se trata de actos perversos, también tienen miedo a las represalias y al autor de la violencia, les da vergüenza con su familia y amigos. Posiblemente, están expuestas a que no les crean y se burlen de ellas, debido al poder que representan los agresores, por ser adultos. Asimismo, su entorno familiar ignora, prefiere callar o es negligente ante las situaciones de violencia a los menores de edad, quienes ven mermado el desarrollo de su personalidad.

La casa y la escuela son los principales lugares en los que suele haber abuso o acoso sexual y quienes lo llevan a cabo, generalmente son personas conocidas o integrantes de la familia, con algunos rasgos peculiares como adicciones al alcohol y drogas, historia personal de maltrato, deficientes relaciones afectivas con padre y/o madre, aislamiento, ruptura familiar y social, por mencionar algunas.

Los procesos judiciales, además de ser muy prolongados y parecer que no avanzan, niñas, niños y adolescentes se exponen a la revictimización al tener que describir, una y otra vez, los sucesos de abuso sexual, se someten a valoraciones psicológicas interminables, solo para que las autoridades determinen, desde su perspectiva, si procede o no dictar la sentencia correspondiente para llevarla a cabo.

Este tema también forma parte de la agenda feminista pues las estadísticas de abuso o acoso sexual en niñas, niños y adolescentes, crece y la mayoría de los casos quedan impunes porque no se denuncia o porque cuando lo hacen se revictimiza a los menores, lo que les causa fuertes alteraciones emocionales.

Sin duda es un asunto extremadamente importante del que se han escrito artículos, bibliografía, se han llevado a cabo investigaciones, se han creado instituciones y se han formado profesionales especialistas que ayudan a víctimas de abuso sexual y a su entorno familiar. Se han diseñado programas de intervención para víctimas de violencia de todo tipo. Existe información estadística disponible.

Lo ideal es que las personas que se encuentran atrapadas en problemáticas de esta índole, soliciten ayuda, rompan el silencio, defiendan sus derechos.

Luna ha compartido su historia con la finalidad de llegar a los corazones de las personas para sensibilizarlos ante esta realidad actual, vigente, nociva; mover los cerebros de toda la gente posible para que pueda informarse del tema y contribuir a contrarrestar y frenar el acoso sexual en niños, niñas y adolescentes; abrir los ojos de hombres y mujeres de todas las edades, para que vean bien lo que sucede en su entorno inmediato, con sus familias, porque nadie está exento de padecer este espantoso mal.

Muchas gracias a Galaxia por haber contribuido y revisado la creación de este relato, con su enfoque feminista. Su valiosa participación hizo posible el contacto con Luna y el doloroso testimonio descrito, que sirve como ejemplo para muchas personas. Sensibiliza y despierta el interés por la información y las diversas maneras de luchar para tener un mundo libre de violencia. 


"Yo... soy Luna"




Comentarios

  1. Leyendo el Caso de Luna, ojalá nadie tuviera que pasar por algo así, espero que con la visibilidad, se haga algo. Por que al tener información habrá más proteccion

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  2. ES UNA PENA QUE TODO ESTO SIGA SUCEDIENDO BAJO EL TECHO DE MILLONES DE HOGARES MEXICANOS. EL SILENCIO DE LA FAMILIA ES COMPLICE DE LOS DEPREDADORES QUE ABUSAN Y HOSTIGAN A SERES INDEFENSOS. FALTA MUCHA EDUCACIÓN. FALTA MUCHA EMPATÍA.

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  3. Una historia lamentable y pensar que como ésta hay muchas más es una tristeza. Cómo se puede apoyar para que esto no siga sucediendo?

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