UNA MAÑANA DE PRIMAVERA
Irma Barquet
En una mañana de primavera, el
cálido sol resplandece al invadir todos los espacios posibles de aquella
habitación de hotel. Las cortinas recorridas permanecen inmóviles por la falta
de viento, la ventana, abierta de par en par, deja ver el magnífico jardín
compuesto de plantas, arbustos, flores perfumadas de diferentes colores y
algunos árboles que, con su sombra, invitan a dejarse caer en el bien cortado y
fresco césped.
Él, sentado en el mullido sillón,
tranquilamente escucha sus argumentos acompañados por un bajo tono de voz que
matiza sus palabras por la ansiedad, sin que le hicieran la más mínima mella,
solo reflexiona, se mantiene ecuánime, mientras su maleta está abierta a la
espera de ser completada con sus pertenencias. Ella, de pie junto a la cama,
apoya una mano en su cadera y con la otra manipula el collar que adorna su
arreglo.
Él le ha manifestado apoyo
incondicional para lo que desea hacer, aunque no comprende las razones por las
que se quiere ir, abandonar el proyecto de vida que recientemente se habían
propuesto, como si no hubiera sido importante el amor que se habían prodigado
en el tiempo que llevan juntos; no se siente preparado para perder la felicidad
que tiene a su lado, sin embargo, él no la coartaría ni la detendría en su
nueva empresa.
Como ráfagas, llegaron a su mente
las palabras pronunciadas en momentos de pasión, las promesas y los juramentos
que se habían hecho, ahora, sonaban huecas, sin sentido. Parecía imposible que
algo pudiera hacer para continuar, para permanecer. ¿Qué le apura tanto? Es
poco el lapso que llevan compartiendo ese fragmento de vida, ¿podría esperar un
poco más para que él se sintiera listo y dejar el lugar donde habían sido tan
felices, donde se conocieron y se enamoraron?
Ella, impaciente, insiste con
urgencia, quiere ponerle fin a la conversación y partir en el siguiente tren.
La noche anterior habían platicado al respecto y parecían de acuerdo, él había
aceptado emprender juntos la nueva aventura. Esa mañana, algo sucedió que lo
hizo cambiar de opinión. Necesita pensarlo más. Guarda silencio… La condición
de ella es irse juntos o partir sola.
¿Por qué en el siguiente tren?
¿Por qué…? Ella murmuraba, como si se atoraran las palabras en su garganta: ese
tren haría escalas en otras ciudades que les permitirían decidir quedarse en
alguna por un tiempo, o continuar el viaje. Él deja escapar una risita extraña,
como si no creyera a sus oídos. Su maleta sigue abierta, inconclusa. Ella,
fastidiada de la situación, con un tono de voz más alto, dice con resolución
que se va acompañada o sola y es su última palabra. Él, obviamente, no le cree,
es imposible tirar por la borda la relación que con tanto amor habían construido.
Entonces, adiós para siempre. Él
se levanta del sillón y expresa, con los ojos encendidos de furia y la cara
enrojecida, que es una injusticia, un desamor. Ella toma su equipaje y sale de
la habitación. Él, atónito, escucha sus pasos por el corredor. El tiempo avanza
velozmente. Se asoma por la ventana, respira hondo con el jardín como testigo,
¿será capaz de irse y dejarlo? Ya no oye sus pasos. Parece que cruza la calle
sin voltear al hotel. Un suspiro profundo lo hace reaccionar, no puede terminar
su maleta, sale rápidamente del cuarto, camina con agilidad por la calle, la
quiere alcanzar. No puede creer que eso le suceda. No puede dejarla ir, le dirá
que lo espere un día más.
Desesperado, trata de llegar a la
estación, los atormentados pensamientos lo impulsan, recuerda esas noches de
amor a su lado, su imagen, su expresión después del cansancio. Evoca las
ocasiones que caminaron juntos por esas calles que ahora él recorre
aceleradamente. Llega a la estación, no sabe en qué andén abordará el tren,
debe buscarlo en los avisos para pasajeros, el enorme reloj de la terminal marca
la hora como si fuera una condena: son las ocho cuarenta y cuatro.
El ritmo agitado de su corazón le
oprime el pecho, no puede ver con claridad al abrirse paso entre la gente
aglutinada en los corredores de la estación, se tropieza. Por fin puede ver el
aviso electrónico que anuncia el andén 8, el tren hacia Lisboa, faltan 7
minutos para su partida, pero se da cuenta que es el tren directo, el que busca
es el que hace escalas: andén 15, el último. Expira fuertemente y corre, faltan
solo dos minutos. Sube los escalones de dos en dos.
Evade a la gente como puede,
mientras se cuestiona si ella regresará a buscarle. Última llamada, todos los
pasajeros abordan el tren mientras se escucha el silbato. La ve subirse al
vagón al tiempo del lento inicio en la carrera de la locomotora. Él con
tremendo esfuerzo corre, alcanza el último coche del tren, da pequeños saltos
para ver por las ventanas, grita su nombre, no la puede ver, el tren acelera su
paso.
Desesperado, con el corazón
agitado, ve que el tren se aleja, se siente triste, se apoya en la columna más
próxima, aprieta los puños, los dientes, en señal de impotencia, escucha el
sonido de las ruedas sobre las vías y el silbato del tren cada vez más lejano,
suena como un irremediable lamento.
Esta historia es producto de la
técnica pedagógica “inversión del cuento”, utilizada en las aulas para promover
el desarrollo de la lecto escritura y de las habilidades de pensamiento en
estudiantes de cualquier nivel educativo. Esta técnica consiste en inventar un
cuento a partir de invertir la historia de otro, es decir, contarlo al revés o
cambiar su sentido.
Se podría pensar en realizar una
trama que gire en torno a siete hombres de enorme estatura que sorprenden a una
hermosa joven de tez blanca como la nieve cuyo nombre es Nívea, en su casa, la
atienden, le preparan suculentos platillos, la cuidan y le cantan canciones…
También sería factible desarrollar un relato que parta de la descripción de un
apuesto príncipe que, en el bosque, duerme profundamente una siesta, producto
de la ingesta exagerada de mariscos, hasta que una bella doncella lo despierta
con su dulce voz, para que se vaya a trabajar... O los tres osos que entran en
la casa de Ricitos de azabache, se comen su comida y ella los pilla echándose
un sueñito en su cama, después de haber esculcado sus cajones… Es posible hacer
una narración relacionada con la Sra. Jekyll y la Dra. Hyde, que juega a las
escondidillas en su laboratorio, entretenida en la confección de un potingue
que, al tomarlo, se sienten cosquillas en la panza… Imaginemos a aquella niña
inquieta que usa una sudadera amarilla con capucha y que transita por las
calles de la ciudad, a bordo del metro bús, con una bolsita de chocolates que
le lleva a su futura suegra, a quien encuentra enferma, de un humor terrible,
que, apenas la ve, se la quiere comer…
Es posible utilizar esta técnica,
también, para crear diferentes finales y así estimular los dos hemisferios
cerebrales, desarrollar la creatividad, la diversión y la imaginación
ilimitada.
Puede utilizarse cualquier
historia. La aplicación de esta técnica desarrolla las habilidades de
pensamiento creativo, de flexibilidad cerebral, así como el manejo correcto del
lenguaje escrito y el enriquecimiento del vocabulario.
¿Qué cuento se te ocurre para
aplicar esta técnica? ¿Cómo lo construirías? Escríbelo en el espacio de
comentarios, me encantará conocerlo.
De momento no se me ocurre ningún cuento pero es interesante la estrategia, vale la pena ponerla en práctica y comentar el resultado. Gracias Irma y creo que me tomé mi tiempo para leerte, sorry
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