DON ÁNGEL (Segunda Parte)
Irma Barquet
Dolores Rodrigo Arranz
En la primera parte de esta
narración, después de haber puesto en contexto los avatares que vivió el protagonista
de esta historia, así como su travesía hacia México, emprendió un negocio donde
se ponía a disposición de los comensales la degustación de platillos españoles,
con lo que continuamos la plática de esta aventura:
La Madrileña
El restaurante al que hacemos
alusión, “La Madrileña”, inicialmente era de los señores Borasteros, a quienes
Don Ángel, con mucho esfuerzo, se los compró. Tanto él como su esposa tuvieron
que trabajar, sin decirles a los clientes que eran los propietarios, para
asegurar las buenas propinas que caían muy bien en esos momentos. Cuando
terminaba su jornada en el Banco de Londres y México, en el que se desempeñó
como funcionario, se dirigía a la Colonia Roma, en la calle de Mérida, casi
esquina con Tabasco para que, después de colgar su saco y dejar su portafolios
atrás de la barra, se ponía el mandil para atender a sus clientes hasta el
cierre del establecimiento, siempre pendiente de tener las manos perfectamente
limpias y cuidadas, para asegurar el bienestar y la confianza de los comensales
en el servicio de alimentos que se les ofrecía.
La Madrileña adquirió fama por
sus deliciosos churros con espumoso chocolate, disponibles desde las 6 de la
tarde, lo que atraía innumerables clientes deseosos de dar gozo a su paladar.
Esperanza creció entre la cocina y las mesas de este lugar, también colaboraba
en algunas labores. Organizaban tardeadas para que los jóvenes bailaran y
socializaran en un ambiente sano, familiar, de ahí surgieron grupos de
amistades entrañables. En nuestra infancia estuvimos ahí algunas ocasiones, lo
que nos ha permitido refrescar un poco la memoria y hacer constancia de que era
un lugar recomendable para comer y para divertirse. Conservaron el restaurante
unos cuantos años más y, al final, se lo cedió a su hermano para que
continuara, pues a Don Ángel se le presentó la oferta de un buen trabajo en una
compañía.
Al dejar la Colonia Roma, la
familia de Don Ángel se mudó a la Lindavista, donde permanecen a la fecha.
Compró la casa por insistencia de su esposa, sin embargo, él, poco convencido
por el gran conocimiento que poseía con relación a los temas financieros,
pensaba que no era una buena inversión.
VAM
Don Ángel, metódico y ordenado,
orgulloso de su profesión, contaba con amplios conocimientos del área contable,
además de trabajar en el banco, también se desempeñó exitosamente como
contralor, por un tiempo prolongado, en la empresa automotriz Willis Mexicana,
que abrió sus puertas en 1946, ubicada en las calles de Roma y Viena, en la
ciudad de México. Con el correr de los años, esta organización se convirtió en
Vehículos Automotores Mexicanos (VAM), fábrica de los coches Rambler.
Recordamos que, en la pared del estudio de Don Ángel, en su casa, pendían
algunos reconocimientos por méritos en su desarrollo profesional, firmados por
la dirección de Willis Mexicana.
Afortunadamente al mismo tiempo,
Don Ángel tuvo la oportunidad de prestar servicios de asesoría financiera, por
su cuenta, lo que le permitía proporcionarle a su familia lo necesario y un
poquito más. Su familia, que ya había aumentado con tres hermosas nietas,
siempre fue su principal motivación.
Un alto en el camino
De repente, sufrió un desajuste
en su salud y tuvo que ser internado en una clínica. El diagnóstico fue poco
alentador, pues Don Ángel traía una carga emocional muy pesada como secuela de
su experiencia de la guerra en su país de origen, lo que le provocó que en
varias ocasiones fuera atendido médicamente, al grado que, los galenos
especialistas, recomendaron que llevara una vida más tranquila, sin tantas
actividades que desequilibraran su estado físico y emocional, por lo que fue
pensionado antes de lo esperado.
Esto solo fue un pequeño alto en
el camino, pues con el espíritu tan fuerte de Don Ángel, sin dejarse abatir,
siguió adelante: Continuó su desempeño profesional en la empresa Mexpar, cuyo
giro era la fabricación y venta de partes automotrices. Con más calma,
trabajaba desde casa (lo que ahora se llama “home office”) y se presentaba
esporádicamente en las oficinas.
Con el afán de conservar su buen
estado de salud, Don Ángel integró una rutina diaria de yoga por una hora. Esto
le ayudó a conservarse fuerte, sano y delgado. Lucía bastante bien con ese
porte gallardo que Dios le dio.
El Chevrolet
A la espera de un nuevo paseo,
las nietas de Don Ángel, se acomodaban en el asiento trasero, de banca en piel
negra, del Chevrolet 1957, Belair, considerado icónico y conocido en Estados
Unidos como “the hot one”. Las niñas invitaban a sus amiguitas y, en bola, nos
llevaba, sabíamos que sería una experiencia divertida pues desde el trayecto se
escuchaba la algarabía de todas ellas.
Le gustaba manejar su coche con guantes
de piel. Se cuidaba las manos de las callosidades y de la alta temperatura, por
la exposición al sol, que podía guardar el volante de pasta, mismo material presente
en el extremo de la palanca de velocidades, botones de las luces y de los
limpiaparabrisas, perillas de los elevadores de cristales.
Gracias a esas salidas, compartimos
el panorama de la ciudad desde el mirador de la Torre Latinoamericana, aunque
no podíamos ubicar calles, monumentos y edificios sin la ayuda de Don Ángel. Era
como tocar el cielo con tan solo extender nuestros brazos, desde esa formidable
altura.
También estuvimos en el Club
Asturiano, donde nos dábamos vuelo con actividades al aire libre tan
entretenidas, que Don Ángel podía pasar largas horas reunido con sus paisanos.
Para las amigas de las nietas de
Don Ángel, era muy lindo tenerlo como abuelo postizo. Nos enseñaba muchas cosas
con las pláticas y preguntas que nos lanzaba cuando íbamos a algún lugar con
ellos. Nos tenía mucha paciencia. Recordarlo es muy agradable.
Esta historia continuará.
¿NOS LO ESTÁS DOSIFICANDO? ME PARECE MUY BIEN, ESPERAREMOS LA 3ER. ENTREGA, SALUDOS.
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