UNA MOTO, UN CABALLO Y UN PERRO

 

Irma Barquet

Cuenta la leyenda que desde que era un pequeño niño algo tenía que atraía a los animales.

Cuando su mamá lo enviaba por el pan, se tardaba eternidades, hasta que aparecía sentado en la banqueta, rodeado de un montón de perros que encontraba en la calle, mientras caminaba de su casa a la panadería. Sacaba de la gran bolsa, una pieza de “sabrositos”, como él mismo les llama, para darle a cada integrante de la jauría recientemente formada.

Su vocación lo llevó a estudiar medicina veterinaria, formación que cubrió en la Universidad Nacional Autónoma de México, hace ya algunas décadas. Se especializó en el sistema motriz de los equinos, lo que le dio la oportunidad de desempeñarse profesionalmente en el Hipódromo de las Américas, en la ciudad de México, recinto espectacular, con una historia muy peculiar, inaugurado en los años 40 del siglo pasado. Acudían grandes personalidades. Los finos ejemplares hípicos, pura sangre y un cuarto de milla, eran sus principales pacientes.

Además de su sensibilidad tan notable por los animales, es un lector voraz. Su afición por la lectura le ha proporcionado tanta información de cualquier tema, aunque su inclinación por la cultura griega, siempre la ha manifestado, así como la historia, la comida, las características, la geografía de la madre patria. Suele lucir boinas españolas para cubrirse de las inclemencias del clima invernal, manera como evoca su gusto por el mundo español.

Así como le apasiona leer, también ha desarrollado un interés importante por la escritura, lo que hace de manera maravillosa, pues su vasta cultura, el vocabulario tan amplio que posee y la correcta aplicación de la gramática de nuestro idioma, le permiten expresar narraciones, de la inagotable fuente de experiencias personales y diferentes aventuras que ha vivido.

Conoce toda la historia familiar, él puede hacer referencia de quienes la integraron. Cuenta los acontecimientos de una manera extremadamente jocosa, sin faltarle ningún detalle, ya que goza de una memoria excepcional.

Tiene una gran experiencia de vida y, por lo tanto, está llena de anécdotas muy agradables que, cuando las platica, dibuja una discreta sonrisa y ocasionalmente, deja escuchar su risa casi silenciosa.

Es un hombre sensible, inteligente, con un don de gente impresionante. Tiene tema de plática para cualquiera. Muchas personas lo conocen como profesional de la veterinaria, quienes geográficamente radican en la zona sur de la ciudad de México. Su consultorio era un punto de referencia en Coyoacán, en la plaza principal.

En una ocasión que lo visité en su consultorio, me presentó a Érika, una perrita mestiza de mediano tamaño, cuando le pregunté si era una de sus hospitalizadas o enfermas, me contestó que “se le pegó” en la calle y lo siguió hasta ahí, por lo que se ganó el honorífico título de “donadora voluntaria de sangre”, para los otros animalitos que tenían que pasar por el quirófano.

Es obvio que era el veterinario de cabecera de la familia. Las consultas que ofrecía tenían un toque didáctico inigualable, pues a los dueños de las mascotas que atendía, les explicaba con lujo de detalles, los problemas de salud de las mismas, así como el tratamiento que él recomendaba, con todos los pormenores de los efectos que tendría y sus positivas repercusiones de sanación.

Solía desplazarse por toda la ciudad de México, en su motocicleta. A leguas se notaba que disfrutaba manejarla. Siempre con un cuidado extremo en el rubro de la seguridad, pues daba los más sólidos argumentos sobre la utilización de la vestimenta adecuada como guantes y botas de piel, ya que las manos y los pies deberían tratarse con respeto para evitar lastimarse en caso de accidente. Por supuesto que el casco no podía faltar, como el principal elemento protector.

Su implacable interés por los caballos y el conocimiento que tenía de dichos animales, lo convirtieron en un excelente jinete. Cada vez que montaba, lo hacía con tal maestría que su cuerpo se fundía con el del animal, al mantener la postura correcta, erguida, sin estar rígido; la cabeza en alto y mirando hacia el frente; las piernas estiradas, como el principal contacto con el caballo; con los talones más bajos que la punta de sus pies y, sus brazos, relajados en forma natural. Siempre protegido con sus botas federicas.

Él también tenía su propia mascota, un perro hermoso que era un dechado de fidelidad y lealtad, lo seguía a todas partes… siempre a su lado, al pie del cañón. Bien cuidado y alimentado.

Sus notables atributos como persona y como profesional de la veterinaria, dan cuenta de que en Coyoacán y sus alrededores, se encuentra el Doctor Jorge Pueblita, aquel hombre que, en sus mejores tiempos, manejaba una moto, montaba un caballo y tenía un perro.

Éste es un pequeño homenaje para mi adorado tío Jorge.



Comentarios

  1. Hola Irmita, que bonito detalle de narrar la vida del tío Jorge, y me gustó mucho el dibujo mostrando el caballo y la moto
    Cómo siempre excelente narración
    Saludos

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