LA REUNIÓN ANUAL
Irma Barquet
Era febrero de 2020 cuando nos vimos presencialmente por última
vez, antes de que iniciara el encierro a causa de la COVID-19, fue nuestra
acostumbrada reunión anual: “un fin de semana de chicas…”.
Hicimos el viaje en autobús de la Ciudad de México a Puebla, a la
casa de nuestra anfitriona. Somos 4 amigas. Hemos pasado juntas “toda una vida”,
lo que nos hace un grupo privilegiado en donde reina la hermandad, ganada en
ese largo tiempo. Hemos compartido de todo un poco, pues el “destino” osó
ponernos en el mismo punto de convergencia.
Es una casa hermosa a la que llegamos en Cholula: enorme, con
extensas áreas verdes, confortables habitaciones, que ningún resort de la
categoría más alta la supera. Nuestra amiga, es la mejor persona para atender a
sus huéspedes que cualquier mortal pueda tener en su historia, pues en cuanto
pasó por nosotras a la terminal de autobuses, empezó la espléndida aventura.
Nos recibió en la sala de su casa, al calor de la chimenea que con
su chisporroteo acompañaba nuestra más amena plática, en la que era menester
ponernos al corriente de los acontecimientos de todo un año.
La mesa de centro daba lugar a una cantidad muy generosa y variada
de botanas, de bebidas y de adornos que, con su buen gusto, dan ese toque tan
peculiar de nuestra amiga.
La noche, el ambiente y el entusiasmo por la reunión, nos predisponían
a dar inicio al fin de semana relajado en el que sólo nos dedicamos a nosotras
y a pasar los mejores momentos en nuestra mutua compañía, así que era preciso cambiarnos
los ropajes por las cómodas pijamas, pues la noche era joven, las botanas
deliciosas y abundantes y las bebidas espirituosas en su justa medida.
Cualquiera pensaría que un grupo de amigas que no se han visto en
un año hablan al mismo tiempo, con el propósito de comunicar sus últimos
acontecimientos, sin embargo, ese no es nuestro caso, porque siempre hemos
tenido una gran capacidad de escucha, además apenas empezaba nuestra reunión…
Las horas pasaban irremediablemente y la energía de las cuatro iba
en descenso, al grado que una voz sensata anunció la hora de cerrar los ojos y
la boca, por ese día, que ya daba paso al siguiente, aunque el momento de
alistarnos para pernoctar, era motivo de más algarabía, hasta caer cansadas muy
entrada la madrugada.
A la mañana siguiente, la dueña de la casa se levantó un rato antes
para disponer el desayuno y el consabido aromático café, como magnífico
acompañante de los primeros alimentos del día, después de una noche de desvelo.
Acto seguido, nos instalamos en el jardín que rodea la alberca, luciendo el
mismo confortable atuendo. Continuamos con el magistral desarrollo de los temas
de amigas, inmersas en la elaboración de algunas manualidades que incitaban a
la más atractiva degustación de bebidas, cuando de repente, la inoportuna
intervención del reloj, nos obligó a arreglarnos para acudir a un restaurante
típico del lugar, para celebrar nuestro encuentro anual.
Después del milagro del agua y del jabón, de una vestimenta decente
y de la magia del maquillaje y del peinado, nos dirigimos a tomar nuestros
sagrados y típicos alimentos poblanos, a un lugar muy bonito, en el que pudimos
disfrutar de una breve puesta en escena de una tradición legendaria de Cholula.
La comida, la plática y la compañía fueron espléndidas, como
siempre, pues procuramos que cada una de nuestras reuniones tenga algo
diferente para que la vivencia logre grabarse en nuestros corazones y en
nuestras mentes.
Regresamos a la casa y, casi automáticamente, nos despojamos de las
elegancias para volver al traje de carácter y repetir la dosis de plática, botana
y bebidas duraderas hasta la madrugada, pero eso sí… a una hora moderada.
Tomamos con mucha calma la mañana del domingo, a sabiendas que
había unos boletos de autobús para emprender nuestro viaje de regreso a
nuestros diferentes destinos, lo que teníamos muy metido en la mente
inconsciente, al grado de no querer mencionarlo porque representaba al más
indeseable aguafiestas.
Faltaba poco tiempo para llegar a la terminal a abordar el
transporte del horario indicado y, por más que corrimos para salir de la casa y
que nuestra amiga metió el acelerador de su automóvil, llegamos tarde.
Imposible viajar porque tenía 15 minutos de haber salido la unidad, así que,
nos vimos obligadas a comprar nuevamente los pasajes para la siguiente corrida,
pero con la intención de recuperar algo de lo que habíamos pagado por los anteriores.
Cuando llegamos al mostrador de la línea de autobuses, al tiempo
que la empleada vio los horarios de los boletos, del alma le salió la expresión
“les voy a vender pasajes de quedadas”, lo que arrancó en nosotras una
explosiva carcajada, porque además de “quedadas”, los precios eran con
descuento de “rucas”.
Cada reunión es increíble porque nos une más. Mis queridas y
entrañables amigas, hermanas de vida: Tere (la anfitriona de esta reunión),
Rebequina y Lupita, las quiero con mi corazón.
Hola Irmita, cómo siempre que bonita y excelente narracion de tus vivencias con tus amigas-hermanas de años de anécdotas, gracias por compartirlas
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