HEREDAD
Irma Barquet
Cuando las personas, los seres queridos trascienden, nos dejan dolor y nostalgia, sentimientos que son muy difíciles de arrancar de lo más recóndito del corazón, aunque “la vida sigue”, las actividades y la cotidianidad son el mejor asidero, nos sirven para llenar el día y mirar de soslayo la tristeza.
También nos dejan un enorme
legado de enseñanzas y recuerdos, que nutren nuestra vida, logramos darle un sentido,
además, se manifiestan constantemente, a veces en forma involuntaria,
prevalecen y matizan sentimientos y pensamientos. La recomendación de los que
saben, es la evocación de los mejores momentos, de los divertidos, de los
positivos, sin embargo, los otros a veces se cuelan, se dan el lujo de tomarnos
por asalto, convirtiéndose así en los más intolerables aguafiestas.
En ocasiones la dote está
pletórica de imágenes mentales que se recrean con la remembranza de acontecimientos
que están guardados. Nos vuelven a hacer vibrar tal y como si los viviéramos
nuevamente, como si le imprimiéramos un colorido emocional al tiempo transcurrido
que, dizque, no perdona, pero permite ¿ver? las cosas de diferente manera,
quizá con más serenidad, comprensión y con su debido toque de añoranza.
Las imágenes que vemos en las
fotografías en blanco y negro o a todo color, de aquellos tiempos que cobran
vida con esos relatos que las acompañan, nos permiten viajar con nuestra
imaginación a los lugares y a las situaciones que retratan claramente. A veces,
esos periplos nos hacen reír a carcajadas o nos dejan una sensación en blanco y
negro.
La memoria sensorial entra en
acción como uno de los súper héroes de los cómics con poderes extraordinarios, nos
atraen los aromas más significativos que nos llevan a las imágenes y recuerdos
de sucesos que marcaron nuestra historia; los sabores que degustamos nos
trasladan con las personas que se han ido, sensación que nos produce cierto
placer, nos provoca repetir la experiencia de paladearlos una y otra vez.
Con la música nos regodeamos e invocamos a los seres queridos que nos han ganado en la carrera cuya meta es el cielo, nos hacen sentir en ese espacio tan alejado, tan increíble. Las melodías nos hacen bailar a su ritmo, presentes en algún sitio de nuestra alma y nos llenan de alegría o de nostalgia; letras de canciones que las atribuimos como propias, las acomodamos para darle un significado que define nuestro más puro sentimiento hacia esas personas que se han ido.
Sus objetos favoritos nos
inducen a conservarlos con el afán de aferrarnos a quienes nos los han dejado. Cuestionamos
las razones por las que eran sus preferidos, quizá dan cuenta de las cargas emocionales
importantes para ellos… las aprehendemos… ahora son de nuestra propiedad,
aderezadas con los valores que les asignamos.
Nos acordamos de ellos cuando parafraseamos
su forma tan peculiar de referirse a ciertas cosas o circunstancias, en los
momentos oportunos que elegirían para mencionar algunos dichos que caen como
anillo al dedo: “como diría mi…” forma
especial de honrarlos, tenerlos siempre presentes y manifestar las enseñanzas
que nos brindaron.
Cuando ellos se han ido,
pensamos que están gozando de un mejor sitio que el terrenal en el que
permanecen con nosotros gracias a nuestros recuerdos, pero, sobre todo, gracias
a su inmensa heredad, que también forma parte de nuestra esencia.
Como siempre, que gran redacción. Me recuerda también a los seres que se me adelantaron.
ResponderBorrarQuerida Irma, muy acertada tu descripción de los que ya no están más con nosotros físicamente, pero permanecen en nuestro corazón. Abrazos.
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