UNA MOTO, UN CABALLO Y UN PERRO
Irma Barquet Cuenta la leyenda que desde que era un pequeño niño algo tenía que atraía a los animales. Cuando su mamá lo enviaba por el pan, se tardaba eternidades, hasta que aparecía sentado en la banqueta, rodeado de un montón de perros que encontraba en la calle, mientras caminaba de su casa a la panadería. Sacaba de la gran bolsa, una pieza de “sabrositos”, como él mismo les llama, para darle a cada integrante de la jauría recientemente formada. Su vocación lo llevó a estudiar medicina veterinaria, formación que cubrió en la Universidad Nacional Autónoma de México, hace ya algunas décadas. Se especializó en el sistema motriz de los equinos, lo que le dio la oportunidad de desempeñarse profesionalmente en el Hipódromo de las Américas, en la ciudad de México, recinto espectacular, con una historia muy peculiar, inaugurado en los años 40 del siglo pasado. Acudían grandes personalidades. Los finos ejemplares hípicos, pura sangre y un cuarto de milla, eran sus principales pacien