CECILIA
Irma Barquet
Se oían risas provenientes del baño de
mujeres. Cuando entré me percaté que un pequeño grupo de personas hacían chistes a costa de alguien más que no atiné en un principio, a adivinar
de quién se trataba.
“Habla como La Doña", decía una al tiempo que se maquillaba, aunque ya había marcado la hora de entrada a trabajar, todavía no se presentaba en su lugar, al igual que las demás, pues llegaban con la cara borrada, lo que implicaba hermosearse para iniciar la jornada en forma tardía.
La diversión continuaba.
Tenía muy poco tiempo en ese trabajo y
aún no conocía a las personas que colaboraban en la empresa. Cuando llegué a mi
lugar, escuché una voz femenina un poco grave en su tono. Era mi jefa la que
hablaba. Ya la había escuchado, pero hasta ese momento caí en cuenta que era la
persona a quien aludían con sus gracejos.
Cecilia era una mujer joven, de tez
apiñonada y ojos verdosos, de cabello oscuro y de estatura mediana. Su acento
delataba que era oriunda de la Perla Tapatía. Ella era mi jefa, Ceci, como
cariñosamente le decía.
Tenía a su cargo un área del
departamento de Relaciones Industriales.
Profesionalmente se desempeñaba adecuada y atinadamente de acuerdo con
las funciones que ejercía. Yo fungía como su secretaria, a mi corta edad. El
trabajo fluía con su orientación. Aprendí mucho de ella.
Era una persona muy organizada, con
una carga de trabajo significativa, sin embargo, nunca nos quedamos a trabajar
más tiempo de la hora de salida. Procuraba a su equipo de trabajo, compuesto, en su mayoría, por varones de edades muy diversas. Mantenía
un clima laboral muy grato y podíamos pasarla muy bien en nuestras labores.
Indudablemente su voz era muy
peculiar, pero con la costumbre, era un tono que sonaba diferente y agradable.
En algunas ocasiones me platicaba
acerca de temas personales: sus gustos, su familia, su tiempo como estudiante
universitaria. Solía hacer comentarios chuscos de algunas cosas. Recuerdo que
reíamos divertidas. Su mirada y el brillo de sus ojos eran muy especiales cuando soltábamos la carcajada.
Me comentó que su papá la habría
bautizado con el nombre de María Primavera, porque nació el 21 de marzo.
Compartía con ella algunas vivencias
como las fiestas con amistades, las
salidas a bailar a los lugares de moda, el café con algún galán. Hablábamos de
la ropa de temporada y del maquillaje. Su arreglo personal era muy conservador,
usaba colores neutros, lo que hacía
juego con el tipo de cosméticos que utilizaba.
Apreciaba enormemente todo lo
mexicano: la comida, las artesanías, las
prendas de vestir bordadas con motivos alusivos a la mexicanidad, con colores y texturas muy contrastantes, los
rebozos a la usanza tradicional, la cerámica con su formidable variedad.
Definitivamente su inclinación era muy marcada hacia la producción textil.
En un corto lapso contrajo nupcias.
Dio a luz a la niña más hermosa que jamás había visto en mi vida. Casi recién
nacida tenía facciones perfectamente definidas, en un rostro tan bello que
parecía haber salido de un cuento.
Al poco tiempo de nacida Ana Paula, su
hija, Ceci tomó la decisión de retirarse de la empresa, para dedicarse por
completo a su hija, a su esposo y a su hogar.
Su sueño era ocuparse de la
elaboración de textiles artesanales, concretamente a los diseños hechos con
telares de madera y de cintura, cuyos productos finales son los tapices,
creados con una vasta diversidad de
texturas, colores, formas, dimensiones, combinaciones. Tengo entendido
que cristalizó su anhelo al que se
entregó por varios años y seguramente volcó su talento.
Dejé de tener contacto con Cecilia por
un montón de tiempo. Después, en una visita que hice a la ciudad capital
jalisciense, tuve la oportunidad de
verla nuevamente.
Ese encuentro nos llenó de
alegría, pero también de tristeza, de
entusiasmo y de pena, de felicidad y de nostalgia. Muchos sentimientos contradictorios
que no daban crédito a mis ojos y a mis sensaciones, pues el estado en el que
la hallé, era de una secuela tremenda, resultado de un accidente de fatales consecuencias.
Los sentimientos se acallaron en un
enorme abrazo que daba cuenta del gran
cariño que profesaba una por la otra.
Recuerdo que fue un mediodía en su
casa, dos personas más, amistades
mutuas, se sumaban a esta reunión, muda de versiones y preguntas relacionadas
con su actual condición. Sus ojos habían perdido el brillo aquel con que iluminaba su plática, todo su ser,
aún con la risa ahogada en la garganta.
En esa ocasión, como una revelación
especial, me dijo que yo era muy importante para ella, en el tiempo que
compartíamos la experiencia laboral, porque ella hubiera deseado haber vivido
lo mismo que yo a esa edad, lo que le fue imposible ya que había decidido
llevar una vida monacal, lo que le impidió la diversión propia de la juventud y
que lo vivía a través de mi persona.
Sus palabras se grabaron profundamente
en mí. Jamás me hubiera imaginado que le podía provocar esa sensación.
Fue la última ocasión que vi y hablé
con Cecilia. Unos cuantos años después, trascendió y la noticia me impactó.
La recordé con gran emoción y dedico
este escrito en su memoria.
Un relato que por cierto debe haber sido verídico, que personalmente me hizo recordar mi época ocupacional, te felicito y te mando un fuerte abrazo ,Prima
ResponderBorrarHola Irmita. Que bonito relato y recuerdo de una etapa laboral que afortunadamente te tocó vivir, felicidades muy bien
ResponderBorrarSaludos
Cecilia, patrona del arte en su rama de la música.
ResponderBorrarEl relato cristaliza espléndidamente cómo hay amistades que perduran a través de los años, y yo soy privilegiado de poder jactarme de ello contigo.
Excelente relato, Irmita.
Así es querida Irma, en la vida aparecen amistades que trascienden y se quedan en el corazón. Abrazos y Bendiciones.
ResponderBorrarCeci de muy gratos recuerdos, igual que todos los que convivimos en ese tiempo, un grupo sin igual, Ceci ocupa un lugar especial igual que tu. Gracias por recordar.
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