EL CERRO DE LA SILLA
Irma Barquet
Sucedió hace muchos años.
Ángel y Angélica un par de
jóvenes extraordinarios, ya se conocían, pero se toparon por azares del destino.
Coincidieron en una visita a una ciudad ubicada al norte del país, cada uno por
su lado. Ella, iba a conocer a su sobrino que tenía una semana de nacido; él,
era invitado a la boda de un amigo suyo.
A su arribo a ese lugar, se
pusieron en contacto, lo que permitió que Ángel la invitara a la fiesta que
tenía planeado asistir. Ella, ignoraba ese evento y “no tenía qué ponerse” para
ir presentable a dicho evento. El atuendo se resolvió gracias a que se agenció
de un trajecito muy mono con el que podía brillar en la sociedad regiomontana.
Arreglada prolijamente,
Angélica emanaba una fragancia dulzona, como si fuera el vaticinio de aquella
vivencia que les esperaba. Por primera ocasión salían juntos. El nerviosismo y
la expectación, eran como la sal y la pimienta de aquel excelso manjar.
Ataviado muy ad hoc a la
ocasión, Ángel pasó por su compañera para ir a la fiesta. Resultó muy divertida
para ambos esa convivencia: Buena música para bailar, exquisita cena, cuyos
platillos y bebidas en cada tiempo, hacían un perfecto maridaje. La presencia
de otros invitados fue muy grata pues se entablaban comentarios agradables
que permitían la participación de las personas que compartían la misma mesa. Él
se encargó de hacer las presentaciones respectivas con sus amigos y amigas,
ella se adaptó muy bien a ese ambiente.
Se acoplaron estupendamente,
no pararon de bailar, era como si hubieran ensayado con afán los diferentes
ritmos musicales que la orquesta en vivo interpretaba magistralmente.
La fiesta terminó como a
las dos de la madrugada. El tiempo pasó imperceptiblemente de lo bien que la
pasaron. Salir del salón tomó algunos minutos debido a que había que despedirse
de las amistades que se encontraban en el evento. El ambiente festivo
prevalecía en ellos.
Cuando llegaron al
automóvil último modelo, deportivo, maravilloso, Ángel, caballerosamente abrió
la portezuela para que Angélica subiera al vehículo y cuando encendió la
máquina, empezó a escucharse “Close to you”, con The Carpenters. Acto seguido, se
apearon del auto y se pusieron a bailar en la banqueta, con el radio a todo
volumen. Abrazados, balanceándose al compás de la música, como si estuviera
hecho uno para la otra, disfrutaron de ese momento tan especial.
De pronto, se unió otra
pareja y cuando los hombres cruzaron miradas, con mucho entusiasmo dijeron “¡Quiubo!
¿Cómo estás?”.
Se detuvieron para realizar
las presentaciones necesarias y en ese momento se acordó “seguirla” en su
casa, lo que tomó sólo unos minutos cuando ya se encontraban en un improvisado “after”,
pero muy simpático. Los vasos chocaban al momento de decir “salud” y la plática
era súper amena. La fiesta duró hasta las cinco de la madrugada.
Todo había salido bien
hasta ese momento y la sensación de terminar el encuentro aparecía, silenciosamente,
en ambos.
Irremediablemente la fiesta
había terminado. Ángel conducía su auto en dirección a la casa del hermano de
Angélica.
Por el camino, se les “atravesó”
un parquecito infantil con columpios, resbaladillas y subibajas que se
encontraba como a un metro por debajo del nivel de la calle. Tuvieron la genial
idea de hacer una escala en ese lugar. Cada quien, sentado en un columpio, se
mecía con un leve movimiento, lo que acompasaba la deliciosa plática que
sostenían. No importaba nada. El cálido clima los invitaba a permanecer en ese
lugar que se hizo tan perfecto. Faltaba poco para que el alba los sorprendiera.
Sus rostros apuntaban hacia
el Este. ¡El broche de oro más espléndido! Con una maravillosa vista de
fotografía sacada de la National Geographic, en la que, entre ellos y el sol, se
interponía el Cerro de la Silla.
Encantador relato, Irmita.
ResponderBorrarCongrats!