COMO UN SUEÑO


Irma Barquet

 

Su sonrisa me cautivó, así como la hermosa mirada, a través de sus grandes ojos color aceituna.

Era muy pequeña, creo que entre 3 y 4 años de edad.

Níveo su vestido idéntico a su alma, lucía preciosa y a la vez traviesa. Su cabello estaba perfectamente peinado y sujeto en una coleta adornada con un moño del mismo color de su vestido y sus zapatos.

Tomó mi mano y me condujo al interior de su casa, mientras preguntaba mi nombre.

Recorrimos el enorme patio y entramos a la casa, amplia y llena de luz, prodigada por el sol que penetraba caprichosamente a través de un maravilloso emplomado con cristales de colores, colocado estratégicamente en el ventanal del comedor.

El recinto lucía ordenado, con detalles que realzaban la exquisitez del estilo de vida. Los techos muy altos, de los que pendían candiles hechos de pequeños cristales cortados con varias caras que difuminaban la luz del día. El mobiliario ad hoc a los espacios y al tipo de habitaciones.

Llegamos al pie de la escalera curvada, que conducía a la planta de arriba de la casa, dispuestas a subir por cada uno de los escalones de granito rojo y un pasamanos de herrería pintado de blanco. Al tiempo que subíamos, ella me contaba acerca de lo que más le gustaba hacer.

Me condujo a la recámara que compartía con su hermana, un poco mayor que ella. Me mostró sus objetos preferidos: un bebé al que podía vestir, desvestir, bañar y alimentar; una raqueta roja de plástico con la que golpeaba una pelota de goma de varios tonos.

Nos asomamos a la calle por la terraza que albergaba varias macetas con diferentes tipos de plantas, muy bien cuidadas. Me contó que era también uno de los lugares predilectos de su casa, para jugar y compartir con su hermana.

Volvió a asir mi mano, descendimos por la misma escalera, pero esta vez contaba los escalones desordenadamente y reímos divertidas.

En el patio trasero de su hogar, eligió un espacio en el que, al ras del suelo, nos sentamos y tuvimos una charla: me dijo lo contenta que se sentía con mi visita, me hizo prometerle que regresaría nuevamente. Me tocó el cabello y expresó que le agradaba además de que le gustaría estar peinada como yo.

Nuestras manos se entrelazaron, lo que pareció un pacto indisoluble de estar a su cuidado, que jugaríamos juntas a esos juegos que más disfrutaba y, sobre todo, que no le haría falta nada.

De pronto, se desvaneció… Me asaltó un gran suspiro de añoranza… Todo fue como un sueño.

 


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