LA CHICA
Irma Barquet
“Querida, es tiempo que encuentres un marido”, fueron las sabias
palabras de su tía “consentida”, por lo que la chica solía poner atención a lo
que ella le decía. “Es importante que tengas un marido que cumpla con todo lo
que necesitas tener: en lo físico, en lo emocional y en lo material”.
La chica permanecía “rumiando” esos dichos de su tía. Eran ideas
que, al parecer, le agradaban. “De alguna manera tengo que continuar con la
tradición familiar”, decía en su diálogo interno… “es imposible seguir defendiendo
una posición que va en contra de lo establecido”.
Así pues, la tía acompañó a la chica en la búsqueda de un hombre
que cubriera todas las necesidades especificadas por la tradición consanguínea,
por lo que prepararon el equipaje y emprendieron un viaje para cumplir con el
objetivo propuesto.
La tía era una mujer de edad madura, que gozaba de una belleza
encantadora: su tez rosada y el color de sus ojos hacían un hermoso contraste,
los rizos que peinaba y trataba de acomodar como parte de su ritual diario,
enmarcaban su rostro de una manera excepcional. Su estatura y su erguida
postura, le daban un aire de altivez inmejorable. Solía ponerse colorete en las
mejillas y resaltar su carnosa boca con un brillo discreto.
La chica había heredado ese porte impresionante, así como la forma
de resaltar sus encantos femeninos, utilizando algunos aliños que, en su
conjunto, daban un resultado espléndido… todo esto, aunado a esa candidez
propia de las jóvenes ¿casaderas? existentes en las familias convencionales.
En su rol de “reclutadora”, la tía se esmeraba en afinar “el ojo”
para garantizar que los candidatos que aspiraran a hacer un “buen matrimonio”
con la chica, verdaderamente fueran los idóneos, así que puso en práctica todos
sus talentos y su actitud receptora para que los hombres que se atravesaban por
su camino, fueran de lo mejor y, al final, hacer la elección inequívoca.
Esta búsqueda tenía un grado de dificultad importante porque la
extensa gama de galanes presentaba una serie de atributos que se tornaba poco
sencillo elegir a alguno: guapos, altos, bien parecidos, educados, buenos
conversadores, con herencia familiar sobresaliente (en más de un sentido),
responsables, trabajadores, entre una larga lista de etcéteras…
Por fin, el buen mozo se apareció, según indicaba la percepción de
la tía. Era un hombre hermoso, en toda la extensión de los términos, lo que
favoreció el acercamiento con él y hacer las presentaciones respectivas para
los tórtolos en potencia…
Algo pasó que la chica no accedió a tratar con el hombre elegido
para su marido… no le gustó, pero ¡ni ella misma podía explicar la razón!…
¿Cómo iba a casarse con ese homúnculo? A lo que no precisamente hacía alusión a
su estatura…. La tía no sabía a lo que se refería. La chica se dio cuenta de su
poderío femenino… no accedió a interactuar con esa persona…
Ella descubrió su lado subversivo… en ese momento odió lo
establecido por los patrones familiares… por los esquemas sociales… se percató
del grado de inteligencia que poseía, de su fuerza interna, de su capacidad de
oponerse ante la presión que sutilmente ejercía la tía.
Decidió construir y seguir su propio camino. Determinó que quien
fuera el compañero de su vida sería alguien que ella misma eligiera por los
atributos que a ella le signifiquen… sin importarle la gente, su parentela… su
tía.
Hola mi querida Dra. como siempre es un deleite leer tus elocuentes historias, felicidades
ResponderBorrarPapachos