AMIR


Irma Barquet

Su nombre era Amir Al-Marzuq, de origen libanés.

Nada es casualidad…

Puede ser sorprendente que alguna persona que se encuentra por azar,  me llevara hacia alguien que había nacido en el mismo pueblo y que su estirpe tuviera un nexo entrañable con la mía… “no hay casualidades, sólo destinos”…

No se encuentra lo que se busca y se busca lo que está oculto, escondido, ahí… en el fondo de nuestro corazón… Por esa razón pareciera como si uno hallara personas que debe descubrir, lo que hace que la casualidad sea reducida, limitada, inexistente…

De modo que esos encuentros que parecen fortuitos no son más que resultado de las fuerzas desconocidas que aproximan a las personas, en medio de multitudes indiferentes.

Lo observé con detenimiento… era un muchacho perezoso, con tendencia a ser obeso. Su nariz tosca, con la frente amplia, sus ojos del color de la aceituna, enmarcados por cejas muy pobladas y esa mirada diáfana. Parecía de una apacible nobleza, con un aire de serenidad. Era muy solitario. En las pocas ocasiones que socializaba, su conversación versaba sobre temas que solo a él interesaban. Utilizaba un tono de voz tranquilo y escasamente enfatizaba sus comentarios con un ritmo más suave, como si separara las palabras en sílabas. Asemejaba más a un hombre maduro.

Era descuidado en su arreglo personal, desaliñado, sin botones en la camisa y con una corbata que desentonaba por completo su atuendo en general… todo lo lucía como si estuviera puesto sin cuidado alguno, como si fuera solo por obligación para evitar estar desnudo o en paños menores.

El dinero le quemaba las manos. Carecía hasta del más mínimo sentido del manejo de sus finanzas, ya que a los pocos días de recibir su mesada, la gastaba sin ningún freno. Adquiría objetos que no tenían ningún uso práctico, gustaba de las ofertas inútiles, pero al fin ofertas.

Cuando reparaba en su carencia monetaria, acudía a las casas de empeño para que le dieran algún dinero por las cosas que él consideraba de valor: libros, ropa, un reloj que había sido regalo de su madre, también recurría a sus pocos amigos para que le facilitaran préstamos que nunca cubría, o que lo invitaran a comer en sus casas a pasar los días que le restaban para recibir nuevamente su mensualidad.

Cuando conocí a su familia, me di cuenta que su padre era tan tranquilo como Amir. “No lo hurtan… lo heredan…” diría el autor de mis días… Tanto el padre como el hijo eran excepciones de la regla para quienes tienen una imagen común de los libaneses.

Amir carecía de todo tipo de practicidad, estaba deschavetado, pero era pacífico y se caracterizaba por ser buen amigo… desinteresado y extremadamente inepto para ganarse el dinero.

Cuando tuve la oportunidad de ver el lugar donde habitaba, me di cuenta del desorden en el que vivía. Sus horarios eran excesivamente relajados, tanto para dormir como para comer, lo que hacía desde la cama. Tomaba como alimento cualquier golosina, sin que le reportara ningún beneficio nutrimental, por eso el cinturón cada vez le quedaba más ajustado, literalmente.

En su mesa de noche depositaba rescoldos de comestibles que dejaba ahí, “para mejor ocasión” y cuando acordaba, volvía a mordisquear aquel bocadillo o chuchería y solo a veces, le daba fin… Claro, eso también desde la comodidad de su cama, lo que alternaba con placenteras bocanadas de sus cigarrillos, que nunca le faltaban.

En aquella asquerosa cama sin arreglar, a medio vestir, también estudiaba, sólo cuando le apetecía, que, dicho sea de paso, casi nunca sucedía, porque le era más atractivo continuar con sus partidas de ajedrez en solitario, lo que le motivaba para consultar revistas o libros especializados en el tema.

Nada es casualidad… por Amir, conocí a la persona más significativa en mi vida…

Era como si atravesara un enorme puente de apariencia frágil, a punto de derrumbarse… en cualquier momento podía suceder… la travesía denotaba dificultad y peligro. Ese puente conducía a un gran territorio... era un largo trecho.

El destino parecía un lugar invadido por rocas volcánicas, fuertes, firmes… caracterizadas por su color basáltico, ásperas, burdas, pero apacible y hermoso en su conjunto, con un contraste atractivo, inimaginable... me recuerda a aquella metáfora que el camino más difícil es el que conduce a la gloria.

Con el tiempo me di cuenta que hay quienes solo son nuestros puentes para que dos personas mantengan un fuerte vínculo, profundo y valioso.

Nada es casualidad... Amir no se dio por aludido… sólo así pasó… Shukran... Al-baraka... 




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