AIDA CASABLANCA
Irma Barquet
“¡Niñas, ya llegó su mamá!” Dijo
con voz muy audible la abuela, dirigiéndose a sus nietas, cuando vio que su
hija entraba a la vivienda de Ciudad Jardín. “Vayan a saludarla… ella trabaja
como una condenada para que a ustedes no les falte nada… ándale… vayan, vayan…”.
Aída Casablanca fue una
bailarina y actriz de la época de oro del cine mexicano. Ese era su nombre
artístico. Nació en el primer tercio del siglo XX, en el seno de una
familia tradicional y convencional, con muy buena posición socioeconómica.
Estudió danza clásica en
Bellas Artes, en la ciudad de México, desde que era una niña. El ballet se le
instaló hasta la médula, siendo ésta su principal forma de vivir, de disfrutar
y de abrirse camino para su gran futuro.
Era la menor de una familia
muy numerosa. Sus padres, sus hermanos y hermanas cuidaban mucho de ella, por
lo que normalmente su mamá era quien pasaba por ella después de las clases de
ballet en Bellas Artes. Aída se empeñaba en ser la mejor de todo el grupo, eso
lo logró a base de práctica y mucha dedicación. Fue un ejemplo a seguir.
“Vengo por ti cuando acabe
tu clase… pórtate bien”, le decía su madre todos los días después de dejarla en
Bellas Artes.
Su desempeño fue
sobresaliente. Formó parte de una compañía de baile que aparecía en las
películas mexicanas. Contaba que tuvo la oportunidad de filmar con “La Doña”.
Aludía que era una persona muy generosa y se preocupaba por sus compañeros de
trabajo. ¡Quién lo diría! Si aparentaba todo lo contrario.
También estuvo en el teatro,
donde conoció a “Bozo el Payaso”, quien la pretendió por muchos años. Aída
Casablanca decía que ese personaje, sin el atuendo y sin maquillaje, era guapo,
aunque nunca le hizo caso. También conoció a “Palillo” que, al parecer, estaba
fuerte en la candidatura para hacer pareja con ella, sin embargo, se le “atravesó”
otro actor, con quien se casó y procreó dos hijas.
Casablanca solía pasar largas temporadas fuera del hogar, de
la ciudad, del país, donde tuviera trabajo la compañía de baile, además, su
matrimonio no funcionó, se separó de su marido, lo que la obligó a dejar a sus
niñas con sus papás, quienes las criaron.
¡Mira qué graciosa es! Tenía
un encanto excepcional, la belleza física la caracterizaba, por el ejercicio
que hacía en su trabajo diario, logró una figura exquisita. Presumía de tener
el mismo contorno en su rostro y en su cintura, además de su estilo fascinante,
seductor. Gozaba de muy buen sentido del humor. La gracia, la elegancia y el
garbo eran sus principales sellos.
“¡La tía Aída está en la
tele… vengan a verla…!” decían los chiquillos en la casa de los abuelos. Grabó
comerciales de chicles y de algún medicamento contra el dolor de cabeza.
En una ocasión, a la hora de
la comida, se dispusieron dos mesas: la de los grandes y la de la gente menuda,
como decía una de las hermanas de Aída. Se sirvieron los platos, al centro de
cada mesa había charolas de pan. La bailarina tomó un bolillo y cortó una de
las puntas que solían tener en los extremos y se lo colocó en el pecho,
simulando el pezón. La expresión pícara de su cara, con el pedazo de pan en su
cuerpo, hizo que niños y adultos rieran explosivamente. ¡Era genial!
“¡Pero mira nada más… qué
pelos traes!” le dijo Aída Casablanca a una de sus sobrinas que llegó de visita
con los abuelos. Esa niña solía ponerse rizadores en el cabello y dormía con
ellos para peinarse como las jóvenes de aquella época. Se usaba esponjarse con
crepé y ponerse capas y capas de laca para que el peinado permaneciera intacto
por muchas horas, práctica que la sobrina hacía los fines de semana, pues
aprovechaba que no iba a la escuela y podía darse ese lujo, además su mamá se
lo permitía.
“Ven, siéntate aquí, en el
banquito de la coqueta” le dijo a la niña al tiempo que sacaba el cepillo y lo
utilizaba para desenredar ese cabello tan alborotado y tieso que tenía. Después
de varias cepilladas, lograba alisarlo perfectamente, lo que le permitía
recogerlo con una liga y un pasador en una cola de caballo. La niña sufría
tremendamente, además de los jalones de pelo, ver que el peinado que ella misma
se había confeccionado, desaparecía además, sin pedirle su opinión.
Después de mucho tiempo,
Aída Casablanca se retiró del baile y conformó el grupo de maestras de un
gimnasio muy reconocido en México.
Ya retirada de toda
actividad laboral, por alguna circunstancia, vivió un tiempo con una de sus
hermanas, la mamá de la niña a quien le desbarataba su hermoso peinado. Entonces,
los papeles se cambiaron pues esa sobrina peinaba a su tía, momento que
aprovechó para decirle lo mal que se sentía porque le quitaba el crepé para
hacerle una cola de caballo.
“Tía, vámonos de vagas… a
bailar”. Se arreglaban y se dirigían a un salón de baile, de esos muy famosos
en la ciudad, que a la entrada tenía un rótulo que rezaba “El que no conoce Los
Ángeles, no conoce México”. Organizaban tardeadas, solo vendían refrescos
chiquitos con popote… Aída Casablanca se daba vuelo bailando con un séquito de
galanes coloniales que deseaban fervientemente que les concediera una pieza.
Se veía hermosa, bailaba cadenciosamente
la música en vivo que sonaba en el salón, su falda revoloteaba como si fueran
las alas de un ave espléndida. Los bailarines hacían fila para gozar de la
suerte de bailar con ella.
Terminada la tardeada, la
tía y la sobrina salían del salón, cómplices de haber pasado unas horas
magníficas, con el disfrute pleno de la música, el baile y la compañía. Era su
secreto… “¡No le vayas a decir a mi mamá que nos fuimos a bailar!”. Reían
complacidas. Tenían muy buena relación.
El tiempo, implacable, pasó
por la vida de Aída Casablanca. Una enfermedad respiratoria la atormentaba…
Nunca perdió el buen humor, la chispa en sus comentarios. Era cariñosa y amable…
Pasó sus últimos días en una residencia de retiro especial para actores y
actrices.
Aída Casablanca: su
recuerdo perdura con amor, con música y con
ritmo.
Aída Casablanca, a los 23 años de edad en Acapulco, Gro. |
Siempre es un deleite el leer las líneas que escribes con tanta ceremoniosidad y haciendo uso de tu tan copioso lenguaje que otorga al lector una fluidez tan confortante que hace que la lectura sea siempre un viaje hacia mundos distintos.
ResponderBorrarUn Saludo mi Querida Doctora
Gracias, M, por tu comentario. Me encanta que te encuentres entre mis lectores, ya sabes que esta es una "historia de la vida real"... Abrazos.
BorrarIrma- Exactamante....- yo agregaria la facilidad que tenia para personificar, - Saludos
ResponderBorrarGracias, Rafael, que hayas dedicado un poco de tu tiempo para revisar esta aportación... Abrazos.
BorrarPrráctica y mucha dedicación. Exacto. Saludos.
ResponderBorrarGracias, Vallejo, por el tiempo que dedicas para leer este espacio...
BorrarWoaooo <3 me hizo practicamente recordarla mucho. Esta gran mujer era demasiado carismatica y parlanchina. Tuve el placer de convivir con ella un tiempo en Ensenada, Baja California pues una tía (Florecita) asi le decia Aida, le dio asilo un tiempo y Aida me motivo a hacer mi carrera artistica, siempre su frase: "me quito el sombrero" cuando terminaba de ensayar frente a ella, era genial... en el año 2003 fue la ultima vez que la vi, despues perdi la pista de ella, lo ultimo que supe fue que habia fallecido en CDMX y yo jamas me entere que ella habia estado allá para visitarle :( Me fascino el escrito n,n
ResponderBorrarMe da mucha emoción que la hayas conocido... era mi tía favorita... yo la quise mucho. Me gustaría tener contacto contigo para que me platiques de ella, por favor, escríbeme a planeval@gmail.com
BorrarUna mujer magnífica yo la trate cuando Estaba dando clases en insurgentes con León Escobar
ResponderBorrarGracias, por tu comentario... efectivamente, ella compartió sus conocimientos con León Escobar, ya cuando dejó de bailar... Era muy entusiasta y ayudaba mucho a sus grupos.
BorrarCual fue su nombre real?, podría decirlo, gracias yo fui chófer de una amiga de ella que le decían la nena,
ResponderBorrarGracias, por tu comentario... el nombre verdadero de mi tía era Aída Evangelina Rodríguez y Pueblita... la hermana menor de mi madre...
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