DELMIRA

 Irma Barquet 

Este relato es la descripción de un pasaje de la vida de mi amigo, que me ha contado en varias ocasiones y lo he disfrutado como si yo hubiera estado en ese momento, imaginando, agradablemente el hecho. Se trata de la tía de mi amigo, cuyo nombre era Delmira.

Cuenta que era una mujer muy alta y corpulenta, con apariencia fuerte, muy dedicada al trabajo rudo de aquel tiempo. Usaba vestidos que normalmente eran de colores oscuros. Se ponía un delantal encima de su vestido y para protegerse del frío, se echaba sobre los hombros un reboso de bolita, prenda que es muy común en la tierra michoacana.

Peinaba su cabello con dos trenzas perfectamente tejidas, unidas en el extremo con un listón, también de algún color oscuro. Calzaba sus pies con huaraches. Su piel era de un tono moreno que había adquirido por haberse expuesto al sol y al trabajo del campo, casi toda su vida. Su rostro guardaba facciones finas y rasgos diferentes al común denominador de los habitantes de ese pueblo. Era, en su conjunto, una mujer recia pero agradable físicamente.

La relación que sostenía con su marido era poco común en aquella época, pues la que "llevaba los pantalones" era ella. Lo tenía un tanto ninguneado, como si le estorbara o no estuviera presente. Seguramente como parte de la personalidad de Delmira, era el dominio de los entes del género masculino.

Delmira solía levantarse antes de despuntar el alba; previo a poner manos a la obra, se hacía un té de hojas y le ponía su "piquete", para entrar en calor y para disponerse a su rutina laboral diaria. Ordeñaba a sus vacas, tempranito, así aprovechaba para beberse un vaso de leche recién sacada, recomendable para conservar la salud. Ella tenía un caballo de color castaño, de buena alzada, aunque ya con algunos años encima, pero bien entrenado para el trabajo pesado.

Con la leche depositada en los botes y éstos colocados en los costados de su caballo, Delmira se disponía todas las mañanas a hacer las entregas de leche a los diferentes domicilios de sus clientes, hacía siempre los mismos recorridos. Traía en su caballo una botella de aguardiente a la que le daba grandes tragos con frecuencia. lo que le servía para hacer más ligero el trabajo que realizaba.



En el trayecto que ella recorría, cruzaba el río, donde se juntas las aguas del Río Grande y del Río del Muerto, además pasaba por el cementerio del pueblo, caminos agrestes que se conocía al dedillo. En su andar, invariablemente hablaba en voz alta, solita, como si hiciera realidad sus sueños... era como dar rienda suelta a su imaginación y a sus deseos. Hablaba de todo, no necesitaba que alguien estuviera con ella. Se comunicaba consigo misma.

El primer lugar en donde paraba para la entrega de su mercancía, era la tiendita del pueblo, en la que dejaba bastantes libros para que ésta surtiera a las personas que la necesitaran después de la hora en que llegaba Delmira. Además, acudían a ese mismo lugar otras mujeres para recibir la leche. Como era muy temprano, todavía no se asomaba el sol, en ocasiones la tiendita estaba cerrada aún, y al esta situación, Delmira gritaba: "¡Ora viejas huevonas, ya levántense! ¡Mira nada más qué greñas traen!", refiriéndose a las mujeres que llegaban apuradas al lugar donde Delmira se encontraba.

La entrega de la leche se hacía diariamente y el pago por la misma se recibía cada ocho días. Ella aprovechaba para surtir en la tiendita lo que necesitaba en su casa, como era café, azúcar, pan y otros artículos comestibles. Probablemente hacían un trueque para abastecerse mutuamente.

Cuando terminaba de distribuir su producto, emprendía el camino de regreso a casa. Ya con el sol por compañía. Platicaba ella sola. De pronto vociferaba "¡Cuando Jesucristo vino, qué lindo vino...!" al tiempo que le daba un gran trago a su aguardiente.

Encontraba a su marido, Rafael, en casa, a quien le dirigía la letanía que acostumbraba, de maltratos y reproches, mientras preparaba un café y el almuerzo, consistente en frijoles, queso y tortillas de comal hechas por ella, para compartirlo con él. Después del almuerzo se iban juntos a realizar las faenas del campo: en la temporada del fin de la Semana Santa hasta antes de las lluvias, preparaban la tierra. Contaban con un par de yuntas para estos menesteres. Cuando daban inicio las lluvias, era tiempo de sembrar el maíz y el frijol.

Para fines de cada año, había que cosechar los productos que utilizaban en general para el autoconsumo, lo almacenaban en costales perfectamente dispuestos en un granero. En algunas ocasiones el frijol también lo vendían a los vecinos o lo cambiaban por alguna otra cosa. Estros trabajos eran bastante difíciles y muy pesados para ser ejecutados por Delmira y Rafael solamente.

Para desgranar el maíz, en determinadas ocasiones contrataban a Tacho, labriego que visitaba las tierras altas, originario de Tierra Caliente, que tenía la necesidad de trabajar para ganarse un poco de dinero. Tacho era una persona de las confianzas de Delmira pero tenía una característica muy especial: era ciego.

En la época de lluvias, en el lugar donde se juntan los ríos que ya he mencionado, aumentaba mucho el nivel del agua e impedía cruzar por el camino de siempre, había que cruzarlo por donde pasaban las vías del tren, lo que implicaba un esfuerzo importante. En una ocasión, ya era de noche y Delmira con preocupación le dijo a Tacho: "No te puedes ir ahorita ya que es de noche...". Tacho dijo: "A mí qué me importa, yo vivo igual de día que de noche", esbozó una gran sonrisa y emprendió su camino a casa.

Me parece que Delmira era todo un personaje que sigue viva en el corazón y en el pensamiento de mi amigo, quien ha compartido conmigo esta historia, misma que ha transitado por mi imaginación.

Delmira, donde quiera que te encuentres, hoy has sido recordada.

Comentarios

  1. "CUANDO JESUCRISTO VINO QUE LINDO VINO" JAJAJA SALUD DOÑA DELMIRA.
    SALUDOS IRMA,QUE GUSTO LEERTE.

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  2. Para que veas la sabiduría de la gente del campo... Abrazos...

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