DE PUÑO Y LETRA
Irma Barquet
Las listas de útiles escolares,
hace muchos años, solían incluir un cuaderno de doble raya, una pluma fuente y un
frasco de tinta, necesarios en el aprendizaje de la escritura durante el curso
de la educación primaria, aunque desde el preescolar ya se enseñaban algunos
trazos para identificar las letras (y sus sonidos), lo que preparaba a la niñez
en su arribo al nivel educativo básico.
Estas lecciones, apoyadas con el
Método Palmer (con el que aprendí y que aun conservo), constaban de
ejercicios caligráficos cuya finalidad era “soltar la mano” y desarrollar los
trazos de cada letra para, posteriormente, unirlas con otras en la formación de
palabras. Este método guarda en su contenido aspectos que se debían tomar en
cuenta como la postura sedente adecuada; la manera correcta de sostener la
pluma, los movimientos del brazo (desde la punta de los dedos hasta el codo),
la inclinación del cuaderno, así como la forma y la dirección precisas para
realizar la praxis de caligrafía. Las recomendaciones para docentes, en la
conducción de las clases y para estudiantes, en la ejecución de los ejercicios,
se especifican para ser consideradas.
La pluma fuente o estilográfica
se utilizaba para que el estudiantado adquiriera la habilidad de dar la presión
exacta al escribir, pues en caso de excederse, el plumín tendía a abrirse y
dañarse. También se fomentaban la limpieza y la calidad en el trabajo que se
realizaba.
En las clases, los ejercicios y
las tareas, además de observar la forma correcta de llevarlos a cabo, era hacer
planas y planas de círculos, óvalos y rectas, unidos y repetidos, de acuerdo
con lo que se ilustraba en el texto. Se llenaban las hojas del cuaderno con
estos dibujos caligráficos. Inmediatamente después de algunas reproducciones, se
procedía al trazo de las letras, mayúsculas y minúsculas, por separado y entrelazadas
para formar palabras. La evaluación máxima que se obtenía era por el
cumplimiento de las recomendaciones posturales, el manejo de la pluma fuente y
la calidad de los ejercicios terminados. Otra ganancia espléndida era “tener
bonita letra” y legible.
Estas prácticas dejaron de
enseñarse, tristemente. Me consta porque algunos grupos de estudiantes que he atendido
en las aulas universitarias, no sabían hacer la escritura cursiva, mucho menos
leerla. Prevalece solo en algunas generaciones, aunque hay indicios de haber retomado
esta enseñanza.
Independientemente del tipo de
letra o el idioma que se utilice, escribir a mano permite una grandiosa
conexión neuronal, importante para el desarrollo cognitivo: atención,
concentración, comprensión, memoria; y de la inteligencia emocional:
autoestima, seguridad, empatía, habilidades intra e interpersonales, como lo afirma Goleman en su planteamiento. Los
manuscritos también ponen en acción al cerebro en los procesos de pensamiento, desde
los más elementales hasta los superiores. Puede combatir el analfabetismo
funcional.
Escribir de puño y letra, con la
pluma preferida sobre el papel que se tenga a la mano o alguno especial, requiere
tiempo. La creación de un escrito provoca el flujo de ideas, cuya estructura y organización
serán de acuerdo con el tipo de documento que se desarrolla, además debe
plasmarse con la seguridad de aplicar, a cabalidad, las reglas gramaticales. Pensar
en el destinatario es indispensable, con lo que se logra dar claridad al
contenido del escrito. Ahora bien, si se trata de copiar un texto, se tiene
como resultado activar la memoria de los conocimientos previos y nuevos que se
tienen del tema, comprender la lectura, ampliar el vocabulario, imaginar lo que
se lee, predisponerse a la aplicación, sintetizar el contenido, tener la
habilidad de explicarlo. Estas prácticas estimulan las inteligencias:
lingüística, lógica, espacial y kinestésica, según el planteamiento de Howard
Gardner de las Inteligencias múltiples.
Escribir de puño y letra va más
allá de lo que se escribe per sé, pues pone de manifiesto algunas
características de la persona que lo hace: los rasgos de la letra, tema que
dominan los grafólogos; el estilo de la redacción, como un sello diferenciador;
el estado de ánimo queda reflejado en las palabras que se utilizan; la riqueza,
sencillez, precisión, concisión y claridad de vocabulario; el nivel de
conocimiento de la gramática…
En ocasiones, se incluyen algunos
signos aritméticos, taquigráficos o de cualquier otra índole, así como ciertas
abreviaturas existentes o inventadas, para fines prácticos, sin embargo, son
razones por las que se limita el acceso a otras personas, quienes podrán leer
parcialmente el escrito.
Esta hermosa costumbre de
escribir a mano, está en peligro de extinción, en parte, por el uso constante
de los dispositivos electrónicos y por la prisa que se tiene, a veces, de hacer
algunos apuntes rápido y fácil, parece que dejó de ser del interés de algunas
personas.
La realización de escritos a mano
debe encontrarse placentera, condición que me parece primordial. Observar los trazos
redondeados, lineales, agudos, extendidos, contraídos, pequeños, grandes, voluminosos,
delgados, descifrables, ilegibles, hacen que se produzca una conexión con el
acto de escribir, sin restar importancia a las ideas que se plasman, a las
formas caprichosas de los grafemas, el tipo de papel que se elija, la pluma y el
color de la tinta, imprescindibles como estímulo visual y reforzadores de la
memoria.
Escribir de puño y letra, refleja
la imagen de quien lo hace.
Si la escritura hecha a mano, es una bonita práctica, que la modernidad exige usarla cada día menos 😢, interesante como siempre Irma, Abrazos.
ResponderBorrarYo no usé la pluma fuente, seguramente se requería de mucha precisión para no estropear el trazo.
ResponderBorrarEn el nivel medio superior y superior es donde más se olvida está práctica ya que basta una buena foto para copiar el pizarrón, y eso si el docente todavía escribe en él.
Un abrazo Irma