Irma Barquet Era de noche ya, las niñas se preparaban para entregarse de lleno a los brazos de Morfeo, porque “Se deben dormir temprano, ya que mañana irán a la escuela”, era la típica perorata diaria, de su mamá. La batalla de todos los días era disponerse a ir a la cama, una vez que se hubieran terminado las tareas escolares, así como el tiempo de juego con amigas y vecinos, cuyo punto de reunión era la calle. Después de merendar, aproximadamente a las ocho de la noche, -en México se le llama merienda a los alimentos que se toman más o menos a esa hora, aunque en otros países, por el horario, le llaman de otra manera- las hermanitas se tenía que poner la pijama… “Nada de ver más tele… ya estuvieron un rato… ¡A dormir!” Les repetía incansablemente su mamá. No les quedaba otra más que obedecer, verbo que la infancia actualmente, desconoce por completo. Tal parecía que la “batería” de este par de niñas estaba intacta… querían continuar con todo, menos ponerse en “neutral”.